«Los impostores», de Pilar Romera

RESEÑA DE «LOS IMPOSTORES», DE PILAR ROMERA. Destino (2019)
por Manu López Marañón
Pilar Romera Aguilà (Riba-roja d'Ebre, Tarragona, 1968) es licenciada en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona, donde actualmente trabaja. Su debut como escritora se produce en 1993 con la novela «L'esperit de vidre», a la que sigue, en 1997, «Dins la boira». En 2016 publica «Li deien Lola» (Columna Edicions) de amplia repercusión entre los catalanohablantes. La novela de la que hoy nos ocupamos ha salido al mercado durante septiembre y noviembre, casi simultáneamente, en catalán («Els impostors», Columna Edicions) y castellano («Los impostores», Destino).

«Los impostores» se inicia el 6 de febrero de 1939, día en el que se abre la frontera con Francia a 80.000 refugiados (brigadistas internacionales que no quisieron irse en septiembre de 1938 y familias españolas enteras, con lo poco que han podido acarrear, formaban aquel primer contingente). Son llevados a una playa helada cercada por espinosas alambradas y vigilada por 400 agentes de tropas coloniales francesas y 2 compañías de tiradores senegalesas. El campo de Argelès, un infierno sobre la tierra donde tantos conocieron los límites de su resistencia física y mental.
«Era la ciudad de la desesperación, donde no había futuro, solo insomnio y días de humedad y desesperación».
El soldado de la 42 división del ejército republicano Miquel Alberich cura la cara de Ignasi Roure, catedrático de botánica, acuchillada en un arrebato por una mujer trastornada. Pero el tajo inquieta a Miquel y trae a un hombre alto y delgado que desinfecta, cauteriza y cose la profunda herida. Es Bonaventura Puig, un ladronzuelo desideologizado (ejemplo de aquello que en terminología marxista era “lumpenproletariado”) que ha escapado de Barcelona porque la policía lo persigue por sus delitos comunes.

Debido al éxito de la artesanal cirugía sobre el rostro de Ignasi, entre Miquel y Bonaventura se establece cierta camaradería. Sin llegar a intimar –todos se han conocido en Argelès– entre Ignasi, Miquel y Bonaventura se va forjando una relación que se ensancha con el audaz robo de estacas, cordeles y alambres para construir unas tiendas de campaña que los protejan de la intemperie.
 

Por los distintos caminos que les han llevado sus vidas, Miquel e Ignasi comparten idénticos anhelos de libertad, de cimentar una existencia distinta, libre del peso de la derrota, con esperanzas nacidas y alimentadas en los ideales de una República a la que se niegan ver derrotada.

El final de la guerra civil con la llegada de 500.000 refugiados a Argelès (a esas alturas ya un nido de enfermedades y enterramientos conjuntos) y el anuncio de que las Waffen SS pronto vigilará el campo (al que engorda un amplio e inquietante contingente de judíos, gitanos y homosexuales), hace utópico mantener cualquier sueño republicano. Pero a pesar de ello la consigna es resistir, seguir creyendo en un proyecto que ha fracasado trágicamente y cuyas consecuencias invaden un desolado presente.



El campo de Argelès

Bonaventura se está muriendo de disentería y su agonía resulta un obstáculo para Miquel e Ignasi que no disimulan su impaciencia. Para salir como sea de ese averno sopesan alistarse en los Grupos de Trabajadores Extranjeros (GTE) y así continuar en Francia mientras cae Franco… A Ignasi, como pago por sus servicios de traducción, le proporcionan agua limpia y antibióticos, pero él los esconde y el enfermo fallece.

Ignasi, sin delitos de sangre, pero depurado como catedrático de botánica y convertido automáticamente en un «enemigo de España», suplanta a Bonaventura (un vulgar chorizo sin ninguna motivación política) para poder volver a España «limpio». Pero es consciente de cómo, mientras viva Franco, reciclarse como docente en la Universidad de Barcelona será imposible…

Ignasi –Bonaventura Puig ya en el resto de la novela– en un empeño vital que lo obliga a ocultar un secreto mundo de relaciones, recuerdos y obsesiones aflorando en el laberinto del tiempo y la memoria, opta por el regreso. Este inolvidable personaje es la cebolla de cuyas capas se aprovecha Pilar Romera para conducirnos al corazón de su trama. Porque con el juego que da la suplantación de personalidad de Ignasi, rebosante de riesgos y mixtificaciones, a través de ese falso Bonaventura la autora de Tarragona perfila a sus otros protagonistas (con su mujer –Dora Colom–; su cuñado –Albert Colom–; el amante de su mujer –Miquel Alberich–, y el comisario Fuentes a la cabeza).

«Volví con el pasaporte del amigo muerto. Y lo hice pasando por encima de mis principios, de mis ideales y de la República. Fui desleal a todo lo que había sido importante para mí. Pero lo peor de todo es que traicioné de la manera más ruin al hombre que me había ofrecido su amistad incondicional, sin mencionar, además, que me había salvado la vida».
El entramado de esta ambiciosa novela, tergiversado y recompuesto por la narradora en su afán por conocer y ocultar la verdad, algo que exige una atención al texto que desde el primer momento resulta adictiva, transporta al lector a una atmósfera sutilmente entretejida de realidad y ficción en la que presente y pasado se modifican recíprocamente.

Estamos ante un racimo de existencias derruidas que parecen desfilar ante una pantalla, ante fragmentos de vidas atormentadas, ante secretos tal vez indescifrables. Son los callejones sin salida a los que lleva perder una guerra, unos callejones tenebrosos poblados por experiencias reales e imaginarias y, sobre todo, por sueños malogrados.

«Los impostores» es un texto que funciona también como eficaz thriller político. Algo que se ensambla –sorprendentemente bien– sobre esas metamorfosis que tiempo y memoria ejercen sin pausa sobre sus principales actores.

Desviándose de lo que pudo haber sido una novela sobre la amistad masculina «la ilusión que menos dura» (aquí todo el mundo va a lo suyo, nadie deja pasar la ocasión de aprovecharse descaradamente del otro, engañándolo: es la supervivencia al cubo), Pilar Romera nos embarca en la preparación de un magnicidio. Se trata de acabar con la vida del general Franco, que llega a Barcelona el 31 de mayo de 1949 para inaugurar la XVII Feria Internacional de Muestras.

Miquel Alberich, a quien conocimos en Argelès, tiene ahora 40 años y es un tipo robusto de ojos grandes y nariz patricia que responde al nombre de Elíseo Pérez; comunista convencido que entró en París en la compañía de la Segunda División Leclerc, hoy espiga colillas de tabaco por las sucias calles del Barrio Chino. Una noche reconoce a Isadora Colom, a Dora, de quien fue novio tiempo atrás. Llevan 20 años sin verse. Este reencuentro trae notables consecuencias ya que Dora sabe de primera mano algo que permanece en secreto: la visita de Franco.

Al encontrar a su marido en casa esa noche Dora percibe «el fuego asqueroso del desengaño, de la costumbre, de la rutina, sofocado con más desengaño, más costumbre y más rutina». Bonaventura, que quiere a su mujer, «la única persona que conseguía que aquella vida prestada valiera la pena», vive en el permanente temor de ser descubierto e ir a la cárcel (aunque se haya adaptado a las circunstancias no olvida que él asesinó a Ignasi Roure).

La labor de limpieza ante la llegada de Franco permite a la autora entrar de lleno en la muy temida Brigada Político Social (BPS) de Vía Laietana, centro de la brutal represión a toda oposición al Régimen, y en donde a las órdenes de Eduardo Quintela (el director, el encargado de capturar y encerrar de forma preventiva, ante la insigne visita, a los «sospechosos habituales») trabaja el comisario Fuentes.



La Vía Laietana: el rincón de las torturas

Este comisario adicto a la cocaína y de destrozado estómago es, para mí, –y hay para elegir–, la figura más atractiva de la novela, uno de esos «malos buenos» que se mueve como pez en el agua entre sus confidentes y que talla con mirada torcida a las nuevas hornadas de la policía franquista. Trazado siguiendo el patrón del capitán Louis Renault (interpretado por Claude Reins en «Casablanca» –USA, 1942–, oportunos diálogos entre Renault y Rick Blaine –Humphrey Bogart– pautan, en su inicio, la cuarta parte y el epílogo de «Los impostores»), Fuentes, antiguo guardia de asalto que no simpatiza con la derecha gobernante pero que tampoco es partidario de la revolución, hace gala de una extraña ética que combina el saber zurrar con un profundo sentido de la justicia. El diario cumplimiento del servicio lo ha degradado, pero su lucidez permanece intacta, a prueba de bomba:

«Una panda de psicópatas dirigiendo el país. Todo está podrido, el régimen está putrefacto desde la base. El sistema está viciado y lo peor es que lo controlan todo, absolutamente todo».

Renault: «El corazón es mi punto menos vulnerable».
Sin esperar ayuda alguna del PCE, que tras la orden de Stalin de abandonar la lucha armada ha dejado tirados a los pocos camaradas –la mitad están en La Modelo– que quedaban operativos, matar a Franco se ha convertido en la obsesión de Miquel Alberich. Para ello no duda en usar a Dora, con la que se refocila en su tabuco en una vorágine de indudable pasión, algo que no basta para hacerle sentir el menor asomo de culpa por utilizar a su amante para seguir obteniendo la valiosa información que ella saca del Gobierno Civil, donde trabaja de secretaria.
«¿Qué día llega Franco, Dora? ¿A qué hora? ¿Cuál es el trayecto? ¿Dónde estarán colocados los francotiradores? ¿Revisarán el alcantarillado? ¿Dónde estarán los policías? ¿Qué dotación lo vigilará? ¿Cuántos secretas? Miquel necesitaba datos concretos, planos».
Enterado Bonaventura del romance entre Miquel y su mujer, y puesto al día por ella misma del heroico pasado de su amante, descubrimos que a Bonaventura saber que Dora se acueste con el que fue su amigo molesta menos que percibir la poca implicación de ella en su relación matrimonial, que averiguar cómo se casó con él solo para huir de la casa de sus padres.

Informado de que Miquel Alberich atentará contra Franco, Bonaventura planea matar él mismo al dictador o a Miquel, en realidad da igual: sólo quiere salvar a su mujer, evitar que vaya a la cárcel por colaboradora en un magnicidio. En un montaje en paralelo que explota narrativamente las vicisitudes de ambos asesinos in pectore, Bonaventura se hace con una pistola mientras que Miquel consigue un uniforme de estibador para moverse sin levantar sospechas por la dársena a la que llega el barco de Franco.



Franco en Barcelona

Alertada la BPS de la existencia de un «lobo solitario» que pretende atentar contra el caudillo (sin ninguna organización que lo apoye estaríamos, en el caso de Miquel, ante un Charlie Marlow urbano a la caza de su Kurtz), los últimos capítulos de «Los impostores» se devoran con la adrenalina disparada: feroces interrogatorios, desesperadas búsquedas de dinamita y temporizadores, muertos que aparecen con un tiro en la nuca que garantice su silencio…, y el inesperado desenlace del complot. La conmoción está asegurada.

Pilar Romera ha escrito una de las más sobresalientes novelas de la literatura española contemporánea y se coloca, de forma indiscutible, a la altura de los mejores narradores de su generación. Regalar «Los impostores» estas Navidades es sinónimo de garantía literaria.


ENTREVISTA CON PILAR ROMERA
por Manu López Marañón
1. La historia contemporánea entra en «Los impostores».

Leyendo tu novela no cuesta esfuerzo imaginar el ingente trabajo de documentación que te has tomado para ambientar tanto el campo de refugiados en 1939, como la Barcelona de diez años después, la de 1949. Siempre es provechoso profundizar en las confluencias entre historia y literatura.

Pilar, ¿tuviste datos de sobra para levantar un edificio literario tan complejo como resulta ser «Los impostores», o faltaban y debiste recurrir a largas y enojosas investigaciones?

Debido a mi formación académica, siempre, en todas mis novelas realizo un exhaustivo trabajo de investigación. En este caso, tuve la grandísima suerte de que me dieran una beca convocada por el Ayuntamiento de Barcelona y la UNESCO en el Marco del programa Barcelona Ciudad de la Literatura. Me permitió tener un espacio privilegiado en la Biblioteca de Catalunya con un ingente catálogo a mi disposición durante cuatro meses, por tanto, pude investigar todo lo que necesité.

Aún no he disfrutado de otras novelas tuyas como «Dins la boira» o «Li deien Lola» por no haberse traducido al castellano.

En aquellos títulos, ¿había ya una presencia de la historia reciente en Cataluña o, por el contrario, es en «Los impostores» donde por vez primera decides usar emplazamientos y acontecimientos históricos que dejen impronta?

Hasta ahora mis novelas han estado siempre ambientadas en un contexto histórico pasado. «Dins la boira» estaba ambientada en plena I Guerra Mundial, y parte de la trama pasaba en una fábrica química de un pueblo del interior de la Ribera del Ebro donde se fabricaban de tapadillo armas químicas para Alemania (mientras España era neutral) y «Li deien Lola» está ambientada en el paso del siglo XIX al XX, en el marco de la Barcelona anarquista (bombas en el Liceo), y el proceso de Montjuic contra los anarquistas de fin de siglo.

Pero voy a hacer un parón en las tramas históricas y la próxima estará ambientada en la actualidad.


Me has sorprendido cuando afirmas que, ya en una fecha tan temprana como 1949, cuando llega Franco a inaugurar una Feria, el manifiesto descontento por un Régimen autárquico que condena a Cataluña a la irrelevancia –«somos la puta y ponemos la cama»– es compartido tanto por clases populares como por la burguesía barcelonesa. Yo pensaba que en aquellos años tremendos en su represión y masivos fusilamientos nadie movía un dedo (por la cuenta que le traía) contra la dictadura.

¿Eres consciente de que muchos lectores van a sorprenderse por su error de creer en el apoyo casi unánime a Franco por parte de la población catalana?
 

Es que no era así. Gran parte de la burguesía catalana (no todos) apoyaron financieramente el alzamiento y estaban encantados con que se parara la República. Ciertamente, siempre hubo parte de esa alta burguesía que se enriqueció con el régimen y fue fiel hasta el final. Pero hubo muchos otros que pensaban que el régimen de Franco sería parecido a la dictablanda de Primo de Rivera, y, evidentemente diez años después de acabada la guerra, vieron claro que la de Franco sería una dictadura dura y que duraría.

Otra cosa es la gente de la calle. El movimiento antifranquista de base comunista y anarquista estuvo muy arraigado en las ciudades y el cinturón rojo de Barcelona. Luego, las zonas del interior de origen carlista ya era otra cosa. De todos modos, el régimen era muy combativo con cualquier muestra de catalanismo (desde el folclore a la lengua) y eso pesó muy negativamente en una parte de la población que lo vivió como un ataque a su idiosincrasia.


No creo equivocarme si afirmo que los preparativos para atentar contra Franco en la Barcelona de 1949, siendo literariamente verídicos y apasionantes (que es de lo que se trata), históricamente hablando no tuvieron lugar.

Pero, ¿cómo historiadora tienes constancia de si durante el franquismo hubo algún intento de asesinar al dictador? Y no me refiero a escaramuzas sino a algo serio, organizado y con apoyos tanto dentro de España como fuera.

El 30 de mayo de 1949 hubo un intento de atentar contra Franco cuando pasaba con un coche descubierto junto al monumento a Colón. El anarquista llevaba una bomba que no lanzó porque la policía ponía niños con banderitas en primera fila a modo de escudos humanos. El anarquista no tuvo valor, sabía que si detonaba la bomba habría muchos muertos.  Me inspiré en este intento de atentado, pero hubo muchos, en Cataluña y en todas partes (Madrid incluido). En la bibliografía que cito hay un libro publicado por Debate en 2015 de Antoni Batista que se llama «Matar a Franco: los atentados contra el dictador» muy completo. También un documental de TVE «Objetivo: matar a Franco» muy bueno también.
2. Personajes eternamente insatisfechos.

En «Los impostores» nadie está medianamente contento con la realidad que le toca vivir. Y si pretende refugiarse en el pasado es todavía peor: crímenes, delaciones, traicione la poca implicación de ella en su matrimonio… ¡Un Charles Bovary en toda regla!

¿Cómo llegas al convencimiento de que este marido deslucido sea capaz de arriesgar la vida metiéndose de lleno en un complot contra todo un jefe de Estado? Has arriesgado con esa pirueta que convierte al hogareño Bonaventura en un héroe de acción casi barojiano… ¿Eras consciente de estar dándole un espectacular giro?

Totalmente. De hecho, el final de Bonaventura lo imaginé como una suerte de redención. De expiación. Casi algo místico, religioso. Él ve cómo las opciones se le acaban, y ante el egoísmo o la venganza elige el martirio.

Ha quedado patente mi admiración por el comisario Fuentes, uno de esos personajes que se graban a fuego en cualquier lector. Hablo en la reseña de cómo encuentro en el capitán Renault de «Casablanca» una referencia a la hora de construir a Fuentes, tu comisario caótico y atrabiliario, pero también, a su manera, ético y radicalmente lúcido.

Las cuatro partes de «Los impostores» y su epílogo vienen precedidos por diálogos de «Casablanca». Sobre otros personajes de tu novela, a la hora de construirlos, ¿habrá resultado también importante la película? Yo encuentro similitudes entre Fuentes y Renault, pero ¿es posible que otros lectores las hallen, por ejemplo, entre Dora Colom e Ilsa Lund, o entre Miquel Alberich y Rick Blaine?

Je je, eso se lo dejo a cada lector. Pero sí, de lo que no hay duda es que Fuentes y Renault tienen ciertas similitudes. Fuentes, también es mi personaje favorito, y, de hecho, en la primera versión de la novela era un personaje muy secundario, ¡pero me pedía más! Fíjate que hasta cambié el final solo para darle más protagonismo.

«Casablanca» es, para mí, una película en la que todos son unos impostores. Rick engaña a Ilsa haciéndole creer que se fugan juntos, Ilsa a Laszlo con su historia con Rick, Laszlo a todos. Al final, como el comisario Fuentes, Renault es el impostor más obvio pero a la vez el más legal... La historia es muy distinta, pero sí, la influencia es evidente.


3. La novela.

Has conseguido que en «Los impostores» se den la mano de forma modélica tanto la novela tradicional de personajes afectados por el pasado y en lucha por salir adelante (en lo que sería una narración de estilo clásico –sin que eso suponga reproche alguno–) con otra forma más eléctrica de contar: la propia del thriller, centrada en lo que pasa y con acontecimientos desbocándose hasta llegar al sorprendente y logrado final, con la familia Franco desembarcando en la dársena del puerto.

¿Cómo te planteas usar registros tan diferentes? ¿Tuviste temor de no conseguir una lograda fusión entre las dos líneas narrativas de «Los impostores»?

Bueno, eso fue algo complicado. La trama de esta novela, sobre todo la parte de thriller es algo compleja y me costó encontrar el término medio entre explicar demasiado o quedarme corta. Para mí es muy importante que la psicología de los personajes quede perfectamente retratada, tiendo a construir personajes poliédricos, nada planos y le doy tremenda importancia a que sus actos sean coherentes, verosímiles. Eso podía hacer que la acción se ralentizara. Si, tuve miedo en determinados momentos pero creo que conseguí al final que todo fuera equilibrado.
Acabo de reseñar «Telefónica», la extraordinaria novela de Ilsa Barea-Kulcsar que la editorial Hoja de Lata ha tenido a bien publicar 80 años después de ser escrita… En cine todavía triunfa «Mientras dure la guerra» exitosa película de Alejandro Amenábar que se ocupa de las vicisitudes que Miguel de Unamuno sufrió siendo rector de la Universidad de Salamanca. Y ahora llegas tú con «Los impostores»…

La inagotable guerra civil española y sus consecuencias. Siempre se oyen quejas de que el filón, más en cine que en literatura, está agotado.

¿Cuál es tu opinión?

Creo que nunca lo estará. O no debería, al menos. Nadie se cuestiona que los americanos hagan cien mil películas de Vietnam, por ejemplo. Creo que explicar que pasó nos hace recordar cosas necesarias. Y que nuevas generaciones que no tienen muy claro cómo pasaron las cosas, entiendan que de aquellos polvos, vienen estos lodos.

La novela de Ilsa y la película de Alejandro reflejan dramáticas situaciones vividas en los inicios del conflicto. «Los impostores» sin embargo empieza con la República prácticamente derrotada. Los primeros refugiados llegan a Argelès y un mes después la guerra ha terminado.

En tu novela de 1939, final de la guerra, pasas a 1949, es decir, a la época más dura y represiva de la postguerra.

Desde un punto de vista creativo, ¿qué época te ha dado más juego y con cuál has disfrutado más? ¿Te planteas abordar la temática guerracivilista sobre períodos que no se ocupen del final y sus consecuencias?

Más juego me ha dado 1949 porque es un momento en que ya hace diez años que ha acabado la guerra, cuatro que ha finalizado la II Guerra Mundial y me permitía bucear en la desesperanza de los que veían que el régimen no acabaría a corto ni medio plazo. En cambio la retirada y Argelès me ha permitido disfrutar más a nivel literario. Creo que los fragmentos más emotivos y literariamente más líricos los he hecho al hablar del campo de refugiados. Puedo decirte que me emocioné varias veces cuando los estaba escribiendo.
«Los impostores» es una traducción tuya, porque la novela fue escrita en catalán: «Els impostors». Nos gustaría preguntarte por el esfuerzo añadido que ha debido suponer traducirte.

¿Cómo ha resultado la experiencia? ¿Repetirías? ¿Crees que un autor que se traduce a sí mismo es lo más apropiado para el texto? ¿Te planteas escribir algo directamente en castellano o tu lengua literaria seguirá siendo el catalán?

La experiencia ha resultado muy dura pero a la vez muy satisfactoria. No era consciente de lo complicado que era traducir, sobre todo porque soy una persona muy bilingüe (mi padre es aragonés y mi madre catalana) y además la gente de mi edad tuvo la primera formación académica exclusivamente en castellano (no empecé a aprender catalán escrito hasta el bachillerato).

Respecto a si resulta lo más apropiado traducirte a ti mismo, supongo que depende del dominio que tengas de ambas lenguas. No me gusta hablar de traducción, yo he hecho otra versión porque he reescrito páginas enteras que no me funcionaban en castellano.


Para nada descarto escribir algo directamente en castellano, no a corto plazo. Pero lo que si tengo claro que seguiré haciendo las dos versiones a partir de ahora.

Por último, Pilar: supongo que tras el esfuerzo que supone terminar una novela del tamaño y las ambiciones de «Los impostores» lo que más te pide el cuerpo es promocionarla pero, sobre, todo descansar de ordenador.

¿Podrías decirme algo sobre tus proyectos futuros?


En un par o tres de meses empezaré con un nuevo proyecto. Esta vez ambientado en la actualidad. Tiene que ver con un tema un poco tabú: el suicidio. De momento me permitirás que no cuente nada más. Quizás en otra ocasión, jeje.



nació en Bilbao en 1966 y es diplomado en Relaciones Laborales y máster en Prevención (especialidad Seguridad e Higiene en el Trabajo). Residió un año en Buenos Aires tras ser becado por el Gobierno Vasco para llevar a cabo un trabajo sobre la legislación laboral argentina. En la actualidad se dedica en exclusiva a escribir guiones cinematográficos y a la literatura. En 2015 ha editado con Ediciones Oblicuas su primera novela, “Alcohol de 99º”. Recientemente ha terminado “Prosas para eunucos”, un libro de relatos en busca de editorial. Además de para Cita en la Glorieta, también reseña para las revistas Calibre. 38 y Moon Magazine.