RESEÑA DE «EL TRIGO QUE CAE», DE XENIA GARCÍA (Talentura, 2017), por
Manu López Marañón
Manu López Marañón
Empezamos el año con otra muestra del magnífico momento por el que pasa actualmente, en España, el relato: «El trigo que cae», de Xenia García (Sevilla, 1975). En 2017 reseñé para estas mismas páginas tres inolvidable títulos: «Juegos reunidos», de Marcos Ordoñez (Libros del Asteroide, 2016); «La vuelta al día» de Hipólito G. Navarro (Páginas de Espuma, 2016); y «La vida en obras» de Alberto Marcos (Páginas de Espuma, 2013). Es una lástima que el cuento –máxima expresión del talento en prosa– continúe sin acaparar la atención que merece. Porque con autores como los citados, a quienes se añaden desde su primera publicación rotundas realidades como Xenia García, no resulta exagerado proclamar a los cuatro vientos cómo el género atraviesa por un momento de esplendor (cosa que no sucede en nuestro país –ni de lejos– con la novela «visible», con esas novelas que abarrotan las mesas de novedades y que pergeñan los desganados autores de siempre).
Tanto al director de Cita en la Glorieta, el ínclito Javier Alonso García-Pozuelo, como a quien esto escribe, nos gusta desplegar las antenas a la hora de «detectar» calidad en los escritos que nos llegan. Y a ambos nos venía llamando la atención esos microrrelatos que Xenia García cuelga habitualmente en una conocida red social. Espero no exagerar si digo que en la aparición de su primer libro algo habremos tenido que ver. Sin atribuirnos la exclusiva, nuestros deseos desconocieron la inconstancia a la hora de animar a la escritora sevillana. Pero, como pasa siempre, nada resulta precisamente sencillo aquí para materializar cualquier afán cultural. En fin, tras las angustias y desazones que supone buscar editor, aquí tenemos, ¡por fin!, «El trigo que cae».
Los relatos de Xenia García suceden siempre en una zona determinada. La autora demuestra ser una competente definidora del espacio en el que sucede la acción, lo que es un elemento importantísimo a la hora de cimentar la anécdota. Esa construcción no sólo tiene que ver con el ámbito en el cual suceden sus historias, sino también con un plan detallado de los ambientes, las habitaciones, las calles de Sevilla, los patios de las casas, el interior de un autobús, un parque con columpios, un balcón, etcétera… Como si el problema principal para la autora no fuese tanto armar la trama (que las arma, ¡y divinamente!), sino –sobre todo– encontrar el tono de cada relato: que los objetos respiren, que huelan, que el lector camine «sonambulizado» por entre las páginas de su libro. Alguien dijo que «narrar es entrar en un ritmo, en una respiración del lenguaje», y cuando se tiene el don de esa música la anécdota funciona sola, se transforma, se ramifica por varios registros… Y Xenia es una maga en esto.
Agrupados los 20 relatos de «El trigo que cae» en tres partes, analizamos cada una de ellas resaltando algo de cada cuento.
HARINA, SAL Y AGUA. La parte más extensa del libro consta de 12 relatos centrados en las relaciones de pareja. En La sencilla vida del pez lofiforme Xenia recoge la tradición de «los cuentos con pez» (entre los que resulta imposible no nombrar «Axolotl» de Cortázar o al mayor KO –para mí– de la literatura universal: «Un día perfecto para el pez banana» de Salinger) y nos refiere las dificultades a las que se ve sometido un atribulado novio por el acoso de la hija adolescente de su pareja. Buenas razones cuenta cómo una mujer casada con un marido irreprochable encuentra su único placer real en escuchar canciones tristes. En Los calzoncillos por el suelo la aparición de un lunar en el cuello de la mujer radiografía las rutinas de un matrimonio, y, al mismo tiempo, metaforiza el inevitable desgaste que conlleva las convivencias prolongadas. La chica del tiempo narra una fantástica historia en la que un parado, harto de esperar a su laboriosa mujer, y ante el diluvio que se origina en su propio domicilio, huye con quien predijo las lluvias. Profilaxis muestra a una pareja, cada uno con su propio Trastorno Obsesivo Compulsivo. El de ella es la limpieza extrema y el de él no soportar el plástico. Su unión genera un bebé que quién sabe si será suficiente para superar tanta fobia. También en clave fantástica Día de rebajas desvela a una mujer, más bien sumisa, que se deja desguazar por su amante hasta terminar en el escaparate de una tienda. Algo que contar muestra a un matrimonio con muchos años de convivencia que busca probarse en un trío con una mujer. El amargo desenlace de este cuento –uno de los más tristes que haya leído– tendrá lugar años después, con el reencuentro casual de la pareja. En Ya no me ves cuando me miras el hachazo al matrimonio viene dado esta vez desde la atonía y el desdibujamiento de las pasiones y los sentimientos. Hasta la válvula de seguridad, Carmen presenta a un cuarentón divorciado sin suerte a la hora de rehacer su vida sentimental y que sueña con una mujer, Carmen, que un día acaba materializándose en su cocina… En Qué difícil dar el paso, sirviéndose de una original atmósfera terrorífica, una mujer relata la complicada relación con su novio, que resulta ser «el hombre del saco». La convivencia, plagada de silencios y sobreentendidos, resulta complicada por el «trabajo» de él. Con cristales de Climalit explica las razones por las que Alexia detesta los cristales herméticos, algo que tiene su origen en aquel balconcito de su casa paterna. En La pequeña muerte dos matrimonios polemizan en una cena sobre los orgasmos fingidos. Las dos mujeres, que los han practicado, acaban confesándose que, a veces, no queda otra solución para mantener la fachada.
MASA MADRE. Los 7 relatos que conforman este segundo grupo encuentran en la relación paterna filial su principal eje temático. Estamos en los columpios porque Adela se divierte refiere cómo una madre, mientras columpia a su hija, repasa exhaustivamente su vida encontrando profundas diferencias entre esta época y la de su juventud. En El trigo que cae el anuncio de que Luz está embarazada provoca un cataclismo en ella y en su marido. El final abierto de este cuento, con la duda instalada en el lector sobre si el grano morirá para dar vida, o no, está entre los más conseguidos del libro. Destete revela una personalidad paterna repugnante: infiel, mentirosa y poco cumplidora de sus obligaciones respecto a la madre. Con sutileza e ingenio, la mujer colabora en el lento, pero seguro, proceso de desmitificación del hijo hacia su padre. En El día más grande la negativa de su hija a hacer la primera comunión desata en su madre un torrente de angustias y preocupaciones por el qué dirán las madres del estricto colegio religioso en donde estudia la chica. La vida en familia da cuenta de las salidas de tono de una niña de 5 años, salidas que dibujan el cuadro de una familia con madre adicta al trabajo y padre en el paro al fondo. En El león dormido, fingiendo una depresión y harta de las responsabilidades, la madre deja la oficina, abandona los deberes hacia su bebé y contrata a una rusa para que lo cuide mientras ella empieza a escribir relatos. Un fino análisis de la neurastenia pone punto final a este conjunto.
COSAS QUE PASAN CUANDO VAS A COMPRAR EL PAN. El único relato de esta parte, de igual título, cuenta cómo una niña es obligada por sus padres a comprar el pan, algo que desquicia a esta chica de gustos tan masculinos como jugar al fútbol. El cuento que cierra «El trigo que cae» insiste en retratar a una familia (en este caso de clase media-baja) con sus limitaciones y aburrimientos. Pero aquí se vislumbra cómo esa niña tan inquietamente rebelde logrará escapar del infierno doméstico.
Xenia alterna con innegable pericia las voces narradoras. En 11 relatos opta porque la protagonista femenina sea quien lo haga, en 6 prefiere al protagonista masculino, y solo en 3 es su voz autoral la encargada de narrar. Para terminar este inolvidable libro hago hincapié en cómo todas las mujeres de «El trigo que cae» –a pesar de la solemne pasividad de algunas– tienen un deseo oculto e inarticulado por algo que trascienda la cotidianeidad.
El debut de Xenia García resulta tan apabullante que cualquier lector de su libro, al cerrarlo, comenzará a contar los días que faltan para el siguiente.
Tanto al director de Cita en la Glorieta, el ínclito Javier Alonso García-Pozuelo, como a quien esto escribe, nos gusta desplegar las antenas a la hora de «detectar» calidad en los escritos que nos llegan. Y a ambos nos venía llamando la atención esos microrrelatos que Xenia García cuelga habitualmente en una conocida red social. Espero no exagerar si digo que en la aparición de su primer libro algo habremos tenido que ver. Sin atribuirnos la exclusiva, nuestros deseos desconocieron la inconstancia a la hora de animar a la escritora sevillana. Pero, como pasa siempre, nada resulta precisamente sencillo aquí para materializar cualquier afán cultural. En fin, tras las angustias y desazones que supone buscar editor, aquí tenemos, ¡por fin!, «El trigo que cae».
Los relatos de Xenia García suceden siempre en una zona determinada. La autora demuestra ser una competente definidora del espacio en el que sucede la acción, lo que es un elemento importantísimo a la hora de cimentar la anécdota. Esa construcción no sólo tiene que ver con el ámbito en el cual suceden sus historias, sino también con un plan detallado de los ambientes, las habitaciones, las calles de Sevilla, los patios de las casas, el interior de un autobús, un parque con columpios, un balcón, etcétera… Como si el problema principal para la autora no fuese tanto armar la trama (que las arma, ¡y divinamente!), sino –sobre todo– encontrar el tono de cada relato: que los objetos respiren, que huelan, que el lector camine «sonambulizado» por entre las páginas de su libro. Alguien dijo que «narrar es entrar en un ritmo, en una respiración del lenguaje», y cuando se tiene el don de esa música la anécdota funciona sola, se transforma, se ramifica por varios registros… Y Xenia es una maga en esto.
Agrupados los 20 relatos de «El trigo que cae» en tres partes, analizamos cada una de ellas resaltando algo de cada cuento.
HARINA, SAL Y AGUA. La parte más extensa del libro consta de 12 relatos centrados en las relaciones de pareja. En La sencilla vida del pez lofiforme Xenia recoge la tradición de «los cuentos con pez» (entre los que resulta imposible no nombrar «Axolotl» de Cortázar o al mayor KO –para mí– de la literatura universal: «Un día perfecto para el pez banana» de Salinger) y nos refiere las dificultades a las que se ve sometido un atribulado novio por el acoso de la hija adolescente de su pareja. Buenas razones cuenta cómo una mujer casada con un marido irreprochable encuentra su único placer real en escuchar canciones tristes. En Los calzoncillos por el suelo la aparición de un lunar en el cuello de la mujer radiografía las rutinas de un matrimonio, y, al mismo tiempo, metaforiza el inevitable desgaste que conlleva las convivencias prolongadas. La chica del tiempo narra una fantástica historia en la que un parado, harto de esperar a su laboriosa mujer, y ante el diluvio que se origina en su propio domicilio, huye con quien predijo las lluvias. Profilaxis muestra a una pareja, cada uno con su propio Trastorno Obsesivo Compulsivo. El de ella es la limpieza extrema y el de él no soportar el plástico. Su unión genera un bebé que quién sabe si será suficiente para superar tanta fobia. También en clave fantástica Día de rebajas desvela a una mujer, más bien sumisa, que se deja desguazar por su amante hasta terminar en el escaparate de una tienda. Algo que contar muestra a un matrimonio con muchos años de convivencia que busca probarse en un trío con una mujer. El amargo desenlace de este cuento –uno de los más tristes que haya leído– tendrá lugar años después, con el reencuentro casual de la pareja. En Ya no me ves cuando me miras el hachazo al matrimonio viene dado esta vez desde la atonía y el desdibujamiento de las pasiones y los sentimientos. Hasta la válvula de seguridad, Carmen presenta a un cuarentón divorciado sin suerte a la hora de rehacer su vida sentimental y que sueña con una mujer, Carmen, que un día acaba materializándose en su cocina… En Qué difícil dar el paso, sirviéndose de una original atmósfera terrorífica, una mujer relata la complicada relación con su novio, que resulta ser «el hombre del saco». La convivencia, plagada de silencios y sobreentendidos, resulta complicada por el «trabajo» de él. Con cristales de Climalit explica las razones por las que Alexia detesta los cristales herméticos, algo que tiene su origen en aquel balconcito de su casa paterna. En La pequeña muerte dos matrimonios polemizan en una cena sobre los orgasmos fingidos. Las dos mujeres, que los han practicado, acaban confesándose que, a veces, no queda otra solución para mantener la fachada.
MASA MADRE. Los 7 relatos que conforman este segundo grupo encuentran en la relación paterna filial su principal eje temático. Estamos en los columpios porque Adela se divierte refiere cómo una madre, mientras columpia a su hija, repasa exhaustivamente su vida encontrando profundas diferencias entre esta época y la de su juventud. En El trigo que cae el anuncio de que Luz está embarazada provoca un cataclismo en ella y en su marido. El final abierto de este cuento, con la duda instalada en el lector sobre si el grano morirá para dar vida, o no, está entre los más conseguidos del libro. Destete revela una personalidad paterna repugnante: infiel, mentirosa y poco cumplidora de sus obligaciones respecto a la madre. Con sutileza e ingenio, la mujer colabora en el lento, pero seguro, proceso de desmitificación del hijo hacia su padre. En El día más grande la negativa de su hija a hacer la primera comunión desata en su madre un torrente de angustias y preocupaciones por el qué dirán las madres del estricto colegio religioso en donde estudia la chica. La vida en familia da cuenta de las salidas de tono de una niña de 5 años, salidas que dibujan el cuadro de una familia con madre adicta al trabajo y padre en el paro al fondo. En El león dormido, fingiendo una depresión y harta de las responsabilidades, la madre deja la oficina, abandona los deberes hacia su bebé y contrata a una rusa para que lo cuide mientras ella empieza a escribir relatos. Un fino análisis de la neurastenia pone punto final a este conjunto.
COSAS QUE PASAN CUANDO VAS A COMPRAR EL PAN. El único relato de esta parte, de igual título, cuenta cómo una niña es obligada por sus padres a comprar el pan, algo que desquicia a esta chica de gustos tan masculinos como jugar al fútbol. El cuento que cierra «El trigo que cae» insiste en retratar a una familia (en este caso de clase media-baja) con sus limitaciones y aburrimientos. Pero aquí se vislumbra cómo esa niña tan inquietamente rebelde logrará escapar del infierno doméstico.
Xenia alterna con innegable pericia las voces narradoras. En 11 relatos opta porque la protagonista femenina sea quien lo haga, en 6 prefiere al protagonista masculino, y solo en 3 es su voz autoral la encargada de narrar. Para terminar este inolvidable libro hago hincapié en cómo todas las mujeres de «El trigo que cae» –a pesar de la solemne pasividad de algunas– tienen un deseo oculto e inarticulado por algo que trascienda la cotidianeidad.
El debut de Xenia García resulta tan apabullante que cualquier lector de su libro, al cerrarlo, comenzará a contar los días que faltan para el siguiente.
Manu López Marañón
nació
en Bilbao en 1966 y es diplomado en Relaciones Laborales y máster en
Prevención (especialidad Seguridad e Higiene en el Trabajo). Residió un
año en Buenos Aires tras ser becado por el Gobierno Vasco para llevar a
cabo un trabajo sobre la legislación laboral argentina. En la actualidad
se dedica en exclusiva a escribir guiones cinematográficos y a la
literatura. En 2015 ha editado con Ediciones Oblicuas su primera novela, “Alcohol de 99º”. Recientemente ha terminado “Prosas para eunucos”, un libro de relatos en busca de editorial. Además de para Cita en la Glorieta, también reseña para las revistas Calibre. 38 y Moon Magazine.