Fragmentos de «Mendizábal» (Episodio Nacional), de Benito Pérez Galdós (1843-1920)
Ya era cosa corriente en las oficinas ver entrar niños bonitos, con sueldos desmesurados, y que no iban más que a cobrar y a distraerse un rato; hijos o sobrinos de personajes, que de este modo arrimaban una o más bocas de la familia a las ubres del presupuesto. Los empleados, que lo eran por oficio y medio de vivir, se habían acostumbrado a la irrupción de señoritos, y alternaban gozosos con ellos, esperando hacer amistades que en su día valieran para el ascenso, o para la reposición en caso de cesantía.
***
No espantado de la muerte, o echándoselas de valiente, hablaba Serrano de su próximo fin con entereza estoica un poquito afectada. Era moda entonces morirse en la flor de la edad, tomando posturas de fúnebre elegancia. Habíamos convenido en que seríamos más bellos cuanto más demacrados, y entre las distintas vanidades de aquel tiempo no era la más floja la de un fallecimiento poético, seguido de inhumación al pie de un ciprés de verdinegro y puntiagudo ramaje. «Estos pobres huesos -prosiguió Serrano- están pidiendo la mortaja. Le diré a usted, en confianza, que es de tanto sufrir y de tanto gozar... Mi vida, si yo la contara, sería la más interesante de las novelas. Mis años, por el mucho y precipitado vivir, parecen siglos... ¡Y que llegue uno al borde de la tumba con ocho mil reales!... En fin, doblemos la hoja triste... ¿Me decía usted que desea ir conmigo al teatro para que le dé a conocer a todo el personal masculino y femenino que veamos en palcos y butacas? No podía usted encontrar, ni buscándola con candil, persona más para el caso, porque como de algún tiempo acá no tengo nada que hacer (en la oficina ya ve lo que trabajamos), me dedico a conocer de visu a todo el mundo y a la averiguación de vidas ajenas... Soy un Plutarco para esto de las vidas, y las hago también paralelas. Sabrá usted los nombres y las historias, amigo mío, que aquí no hay nadie que no tenga su historia... y las hay de oro. ¡Con decirle a usted que la de nuestro esclarecido jefe es de las más inocentes...!»
***
«Pero este buen señor nos trata como si fuéramos dependientes de comercio. La dignidad del funcionario público no consiente estos excesos de trabajo, pues ni tiempo le dejan a uno para almorzar, ni para dar un mero paseo, ni para encender un mero cigarrillo... Cinco intendencias me ha señalado hoy para el envío de circulares con las instrucciones reservadas y las nuevas tarifas. Pues para despachar esto, excelentísimo señor, necesito aumento de personal, necesito catorce oficiales y ocho auxiliares, y aun así, no podríamos concluirlo dentro de las horas reglamentarias, que son de diez a cuatro... Sería justo además que al exceso de ocupación correspondiera doble paga mientras durase este ajetreo. Soy partidario de que a los empleados se les remunere bien, pues de otro modo la buena administración no es más que un mito, un verdadero mito»
*** 
—¿Qué sueldo tiene usted?
¿Yo? Diez mil, y para eso llevo veintidós años en el ramo. He pasado por catorce intendencias, he sufrido siete cesantías, y todas las trifulcas que hemos tenido aquí desde el año 14 me han cogido de medio a medio. En una me dejaron cojo los liberales, en otra me abrieron la cabeza los realistas, en esta me apalearon los exaltados, en aquella me despojaron los apostólicos de todo cuanto tenía. Vive uno por casualidad en esta tierra, y, sin embargo, la quiere uno... pues, como se quiere a una mala madre...
***
Sea usted bullanguero, piense como un topo y charle como una cotorra, y verá cómo se le abren todos los caminos... Lo mejor es que siempre será lo mismo, y no veo yo mejores días para la España. Este grande hombre, que ha venido como el Mesías, trae mucha sal en la mollera, y el firme propósito de hacer aquí una regeneración... vamos, para que nos envidien todas las naciones. Pues verá usted cómo no hace nada. ¿Por qué? Porque no le dejan... Ya le están armando la zancadilla. Crea usted que antes que tenga tiempo de cumplir lo que ha ofrecido, se le meriendan... Ya empiezan a decir si en Palacio gusta o no gusta. Y es la de siempre: Palacio...


Mendizábal - Benito Pérez Galdós - Cita en la Glorieta


ENTRADAS RELACIONADAS
«Isabel II, Larra y la sublevación de La Granja», por Eduardo Montagut  y Javier Alonso García-Pozuelo - LEER
➤«Breves reflexiones sobre el Romanticismo», por Eduardo Montagut - LEER
➤«José María Calatrava, en el primer liberalismo progresista», por Eduardo Montagut - LEER