Reseña de «Inventario del Paraíso», de Víctor Colden, por Pilar Marín Blesa
Si en frío la palabra inventario tiene entre sus acepciones en el Diccionario de la RAE ser una “relación circunstanciada de bienes cuya titularidad está atribuida a cualquier sujeto público o privado …” Víctor Colden no relaciona bienes ni les atribuye una titularidad. Por el contrario, lo que hace Colden con su novela es relacionar un inventario de recuerdos: sentimientos, olores, historias, sabores, sonidos, canciones, lecturas, juegos … incluyendo en cada uno de los capítulos pequeñas historias relacionadas con su título y con la huella que queda en el alma por las vivencias que le dejan. Cada uno de los recuerdos detallados en los diversos apartados están relatados de tal forma que se pueden sentir y a veces los aroma de un modo que se pueden oler. En ocasiones son recuerdos casi tangibles, parece que pueden asirse con la mano, otras etéreos y no asibles. Lo cierto es que todos son permeables en cuanto que leyendo sus páginas nos hace sentir en dos dimensiones: la presente como lector y la protagonista imbuida de recuerdos. La particularidad radica en que, como bien dice el título del libro, el inventario es de un paraíso: el de su Málaga de vacaciones, el de su Málaga de familia, el de su Málaga de infancia. Sin embargo y aun siendo sus vivencias, las deja libres y las sublima para que no sean exclusivamente suyas, permitiéndonos entrar a formar parte de su historia en cuanto que la hacemos nuestra.
Somos varias las generaciones de españoles que pasamos la infancia y parte de la juventud en un país que resurgía de las consecuencias de un atraso generalizado y de una guerra civil y que atisbaba un presente y un futuro lleno de cambios. Vivimos una sociedad en estado de “transformación latente”. Mientras tanto la vida seguía siendo lenta, sobria, digamos que sosegada si se la compara con la actual y, en cierta forma, esperanzadora. Estaba compuesta por veranos largos y singularmente aburridos, donde el tiempo se regodeaba en sí mismo. Esas generaciones crecimos (quiero pensar que afortunadamente) sin redes sociales, sin internet, sin móvil (¿sin móvil? Sí, sin móvil), con dos canales de televisión (¡incluso en blanco y negro!) y, sobre todo, sin centros comerciales donde acaparar tanto como no necesitamos.
A mi entender como lectora, es un libro para leer en pequeñas dosis, deleitándose con el recuerdo de paraísos o con recuerdos de un paraíso. ¡Hay tanto de nosotros reflejado en este inventario! Víctor Colden sintetiza en su obra un inventario de recuerdos y nos permite creernos que “lo que se va no se va del todo si se cuenta”. Todos tenemos un paraíso en el recuerdo. Unos están hechos de etapas de vida, otros de momentos vividos. Unos son fugaces como las estrellas; algunos parece que fueran infinitos y que los llevamos inyectados en la sangre; otros son genéticamente inherentes a nuestro ser (como bien dice del aceite: “la afición a ese líquido denso, verde y dorado, que tenía que venir de muy atrás, estar grabada en los genes.”) A título personal pienso a veces que sin ellos y sin los libros no habría podido vivir, pero de lo que sí estoy segura es de que forman parte de mí: la de veces que soñé cómo serían el brezo y los páramos ingleses y cómo me enfadaba el timo de los libros de manualidades… Mis preferidos, por razones que no procede exponer aquí: “Palabras”, “Historias”, “Sonidos”.
Gracias a Víctor Colden podemos recrearnos en la sencillez de la memoria y abandonarnos en el recuerdo de un tiempo más lento. Y por suerte la memoria es selectiva. Como dijo el gran Gabriel García Márquez: "La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado". Me permito completar al maestro: no sólo sobrellevar el pasado, sino también vivir el presente y esperar el futuro, pues ¿qué sería de muchos de nosotros sin esos paraísos a los que agarrarnos?