RESEÑA DE «EL LEGADO DE LOS ESPÍAS», DE JOHN LE CARRÉ, por Miguel Izu
1. Sinopsis.
El protagonista y narrador de esta novela, la vigésima cuarta que publica David Cornwell, más conocido como John Le Carré, es Peter Guillam, discípulo de George Smiley en el Circus, los servicios de inteligencia británicos más habitualmente denominados MI6. Le conocimos hace ya muchos años en Llamada para el muerto (1961), la primera novela de Le Carré, y en El espía que surgió del frío (1963), el libro que le consagró. Reaparece, siempre como fiel ayudante de Smiley, con un papel más importante en El topo (1974), y luego en La gente de Smiley (1979) y El peregrino secreto (1990).
Peter Guillam/Pierre Guillame, medio británico por parte de padre y medio francés por parte de madre, septuagenario, divorciado, disfruta de una plácida jubilación dedicado a la agricultura en la finca de su familia en Les Deux Églises, un pueblecito de la costa meridional de Bretaña, donde convive con Catherine, una mujer mucho más joven que él, y la hija de esta, Isabelle. Una carta de su antigua organización lo insta a regresar a Londres de inmediato. Allí se encuentra con que se ha abierto una investigación sobre una de las operaciones en las que intervino muchos años atrás. En particular, se quiere aclarar lo sucedido con la operación Carambola, que formaba parte de la trama principal de El espía que surgió del frío y que finalizó con la muerte al pie del Muro de Berlín, junto con la mujer que le acompañaba, del agente Alec Leamas. Este había conseguido ser reclutado por el servicio de inteligencia de Alemania Oriental y trabajaba para proteger a otro agente doble, un alemán al servicio del Circus, en riesgo de ser descubierto. Los archivos del Circus ofrecen muy poca información al respecto. La operación resultó particularmente complicada porque Smiley y Guillam ya sospechaban que tenían un agente soviético infiltrado (el que finalmente será descubierto en El topo).
Guillam, un hombre con dos nombres, dos patrias y dos pasaportes que desconfía de las apelaciones al patriotismo (como Smiley, retirado en Alemania, que al final del libro se proclama, sobre todo, europeo: “Si he tenido algún ideal inalcanzable, ha sido el de sacar a Europa de su oscuridad para llevarla a una nueva edad de la razón”), se encuentra en una complicada situación. Se ve dividido entre su lealtad a Smiley y a sus superiores y compañeros de antaño y su obligada lealtad al servicio para el que trabajó, y que le paga la pensión, que está dirigido por gente de otra generación incapaz de comprender aquellos tiempos. Siente el permanente conflicto entre sus antiguas promesas de guardar secreto y las órdenes que recibe en el presente de contar todo lo que sabe. El estudio de la documentación que le hacen examinar y los interrogatorios a los que es sometido le llevan a repasar algunos episodios de su vida. La nostalgia por los tiempos pasados se mezcla con la decepción por la inutilidad de tantos sacrificios, los sentimientos de culpa y la sospecha de haber sido utilizado, de que todavía quieren utilizarlo, para objetivos nada elevados.
2. El mundo de Le Carré.
El regreso a la Guerra Fría es, solo, un aparente regreso porque, en realidad, Le Carré sigue en el mismo mundo que nunca ha abandonado en sus novelas. El mundo de Le Carré no es tanto el de los espías como el de seres humanos atenazados y heridos por un pasado que, al mismo tiempo, añoran y repudian; que tratan de ser fieles a sus compromisos y, sobre todo, a las personas con las que han contraído esos compromisos, aunque esa lealtad en ocasiones tenga como reverso la traición, real o aparente. Personajes conscientes de la maldad y de la doblez que les rodea, en especial del abuso de quienes ostentan algún tipo de poder. Personas idealistas y melancólicas al tiempo, dispuestas al sacrificio, no necesariamente al de enfrentarse a la muerte sino al de entregar la vida en tareas vulgares, rutinarias y nada distinguidas, pero necesarias. Personas imperfectas con sus miserias, dudas, vicios, fracasos. Funcionarios anónimos sin el glamur de un James Bond, héroes que no van a recibir medallas, individuos solitarios y muy normales atrapados en situaciones extraordinarias, abrumados por su responsabilidad y que apenas pueden hacer otra cosa que luchar por sobrevivir con cierta decencia.
Los personajes de Le Carré nos transmiten siempre, incluso cuando utiliza un narrador en tercera persona, su monólogo interior, la lucha contra uno mismo, sus esperanzas y desengaños, la necesidad de confiar y de amar pero también de recelar y de resistir, de buscar la paz en un mundo caótico e injusto.
3. Novela negra y novelas de espías
Tradicionalmente, a John Le Carré se le ha considerado como un autor que cultivaba la novela de espías (spy fiction). Un género con remotos antecedentes, por ejemplo, en El espía de James Fenimore Cooper, de 1821, ubicado en la guerra de independencia norteamericana, pero que se ha desarrollado sobre todo en el siglo XX. Lo han cultivado muchos y muy conocidos escritores como William Le Queux (Guilty Bonds, 1891), Rudyard Kipling (Kim, 1901), Erskine Childers (El enigma de las arenas, 1903), Joseph Conrad (El agente secreto, 1907), G. K. Chesterton (El hombre que fue jueves, 1908), John Buchan (Los treinta y nueve escalones, 1915), W. Somerset Maugham (Ashenden o el agente secreto, 1928), Eric Ambler (Fronteras sombrías, 1936, Epitafio para un espía, 1938), Ian Fleming (toda la serie de James Bond que se inicia en Casino Royale, 1953), Graham Greene (El revés de la trama, 1948, Nuestro hombre en La Habana, 1958, El factor humano, 1978), Alistair MacLean (Caminos secretos, 1959), Frederick Forsyth (Chacal, 1970, Odessa, 1972), Robert Ludlum (La herencia escarlata, 1971), Ken Follett (El ojo de la aguja, 1978), Tom Clancy (La caza del Octubre Rojo, 1984) o Ian McEwan (El inocente, 1990). Es este un género de absoluto dominio anglosajón. Aunque podemos encontrar algún antecedente como Las figuras de cera de Pío Baroja (1924), los autores españoles que han cultivado la novela de espías son modernos, podemos citar como ejemplos a Jorge Semprún (La segunda muerte de Ramón Mercader, 1970), Fernando Martínez Laínez (Carne de trueque, 1979), Antonio Muñoz Molina (Beltenebros, 1989), Francisco Castillo (Cazar al Capricornio, 2009), José Luis Caballero (El espía imperfecto, 2009), Fernando Rueda (La voz del pasado, 2010), Arturo Pérez-Reverte (Falcó, 2016) o Javier Marías (Berta Isla, 2017).
Sin embargo, últimamente las obras de Le Carré se vienen clasificando como novela negra. Al menos, en España, porque no en todos los países se identifica como tal ese género. La editorial que publica a Le Carré en España, Planeta, en su web lo etiqueta como novela negra, pero su editorial en el Reino Unido, Penguin, lo hace dentro de Crime, Thrillers & Mystery, que tiene tres subcategorías: Detective & Mystery, Spy y Thriller; por su parte, la web de Penguin Random House en Estados Unidos ubica a Le Carré en la categoría de Mistery & Suspense, subcategoría de Espionage Mysteries (tiene otras subcategorías: Cozy, Crime, Noir y Suspense & Thriller). En Francia, Editions Seuil no lo coloca en la categoría de Policier/Thriller (carece de un apartado Noir) sino en la de Littérature étrangère; en Italia la editorial Mondadori no se complica y, en lugar de en Giallo (literalmente, amarillo, que es como llaman los italianos al género policíaco, de misterio o terror), lo coloca en la sección Betsellers, mientras que en Alemania la editorial Ullstein lo coloca en Thriller (una categoría muy poco definida, sospecho que más una técnica narrativa que un auténtico género). Hemos de sentar el hecho de que la clasificación de los géneros novelísticos es siempre una operación ardua, artificiosa y poco clara. Los límites entre unos y otros géneros son, a menudo, difusos, llenos de zonas grises; el criterio de clasificación suele variar con cada clasificador y, además, la mayoría de las novelas no son de pura raza, los novelistas confeccionan sus historias sin preocuparse mucho del género que están escribiendo y mezclan rasgos de uno o de otro según su particular gusto y conveniencia.
Probablemente, la operación de clasificar a Le Carré dentro de la novela negra responde a que está de moda, ha pasado de ser un género menospreciado a ser un género respetable y comercial al mismo tiempo. Hoy se pone la etiqueta de novela negra a muchas obras que en otros tiempos se calificarían como de aventuras, de misterio, de intriga, policíacas o de espías. Aunque podemos sospechar que hay sobre todo razones económicas y de mercadotecnia para calificar a Le Carré como autor noir, la cuestión de los límites, o de las relaciones, entre novela negra y novela de espías no resulta nada simple.
Las novelas de espías, desde su inicio, han estado estrechamente emparentadas, de un lado, con las novelas de aventuras y, de otro, con las novelas policíacas. No hay más que repasar la lista de autores que, a simple título de ejemplo, hemos citado hace un momento para comprobar que entre ellos hay algunos que son considerados como autores de novelas de aventuras, otros de novelas policíacas, otros resultan difícilmente clasificables porque han escrito de todo. A grandes rasgos, podemos decir que la novela de aventuras se caracteriza porque al lector se le tiene permanentemente en vilo e intrigado sobre qué les pasará a los protagonistas, mientras que la novela policíaca tiene al lector principalmente intrigado sobre qué es lo que ha sucedido, quién, porqué y cómo ha cometido el crimen que los protagonistas han de investigar. La primera apela más a las emociones (de ahí viene el thriller, lo que emociona, excita o hace estremecer) y la segunda al raciocinio, al placer de averiguar la verdad. Pero es obvio que cabe mezclar ambos géneros y que a menudo se mezclan o superponen. Sin ir más lejos, uno de los creadores del género policíaco, Conan Doyle, frecuentemente saca a su detective de Baker Street y lo envía a correr arriesgadas aventuras. No por casualidad la primera colección de relatos que publicó en 1892 llevaba como título Las aventuras de Sherlock Holmes. Una historia como El signo de los cuatro, que incluye la búsqueda de un tesoro, conspiraciones, persecuciones, tiene casi tanto de novela de aventuras como de novela de detectives, perfectamente podrían haberse ocupado de ella Dumas o Stevenson. Lo mismo podemos decir de El problema final, de 1893, donde el detective acaba despeñado en las cataratas de Reichenbach luchando contra el malvado profesor Moriarty. Pero también la novela policíaca se mezcla a menudo con la novela de espionaje. El propio Holmes en algunos de sus casos trabaja para el Gobierno de Su Graciosa Majestad (al que sirve, con un papel relevante pero misterioso, su hermano Mycroft) y se introduce en el mundo de los espías. En La segunda mancha, de 1904, ha de recuperar una carta de un potentado extranjero dirigida al primer ministro británico cuya publicación provocaría grandes males, incluso una guerra; en Los planos del "Bruce-Partington", de 1908, debe recobrar los planos de un submarino robados por agentes alemanes; en Su último saludo en el escenario, de 1917, desenmascara a un peligroso espía alemán. Otro detective tan famoso como Holmes, en el cual está directamente inspirado, Hércules Poirot, aunque mucho menos aventurero (llega a ganar una apuesta sobre si es capaz de resolver un caso sin despegarse de su sillón), también protagoniza similares historias de espionaje. En La aventura del piso barato, de 1923, busca los planos de instalaciones navales norteamericanas robados por agentes al servicio de Japón; en El rapto del primer ministro, del mismo año pero que se desarrolla durante la I Guerra Mundial, trabaja para el gobierno británico cuyo premier ha sido secuestrado por traidores al servicio de los alemanes. Agatha Christie se acerca al mundo de los espías también en otras novelas sin Poirot, como en Pasajero para Frankfurt, de 1970, que desarrolla una intriga internacional alrededor de una organización secreta neonazi.
Hay autores que consideran a la novela policíaca como un subgénero de la de aventuras, mientras que otros creen que son géneros distintos. En ocasiones se entiende que la novela policíaca comprende varios subgéneros entre los cuales estarían la novela enigma, de detectives o whodunit, la novela negra (más próxima al hardboiled), la novela de espías, la novela de suspense o thriller, la novela policíaca histórica o la novela policial humorística. Con frecuencia, se considera que novela negra y novela policíaca son sinónimos (sobre esto ya he escrito aquí), incluso que ambos son sinónimos de novela de misterio, y que dentro de este amplio género nos encontramos con subgéneros como la novela enigma, la de procedimiento policial, la judicial, el hardboiled, la intriga psicológica, la de espías, etc. Otros consideran que la novela de espías no es sino una variante de la novela negra. No faltan quienes contemplan como géneros independientes la novela policíaca, la novela negra, la novela de suspense y la novela de espionaje.
En cualquier caso, sí cabe señalar que hay características comunes a la novela negra, tomada en su sentido más restringido, y a la novela de espías. En ambos casos, suele predominar un tono pesimista sobre la realidad social y política. Tanto el detective como el agente secreto suelen dudar sobre dónde está el bien y dónde está el mal; a menudo el protagonista tiene que infringir la ley e incluso cometer algún crimen (recordemos que 007 tiene licencia para matar) en la confianza de estar eligiendo el mal menor; las motivaciones, los criterios morales, distan de estar claros, la sospecha de estar manipulados por quienes manejan los resortes del poder, sean políticos, militares, banqueros, es constante; la mentira y la hipocresía son moneda corriente en una sociedad asolada por la corrupción. Los altos ideales que, en teoría, defienden sus personajes a menudo encubren inconfesables intereses particulares. Con frecuencia el protagonista, sea espía o investigador, es un ser solitario, escéptico, refugiado en la ironía y el sarcasmo, que trata de mantener un comportamiento digno en medio de la mugre que le rodea. En ambos géneros afloran las cloacas del Estado, esa realidad fea, perturbadora, oculta, que nadie quiere reconocer que existe, pero que existe al margen de la ley. La justicia no siempre triunfa, rara vez sabemos en qué consiste exactamente la justicia o si es realmente posible. Las historias criminales y las historias de espionaje suelen ser útiles para la misma finalidad de crítica y denuncia social, por no decir de denuncia política.
Este estrecho parentesco de ambos géneros, o subgéneros, nos explica que Le Carré haya podido pasar con toda naturalidad de las tramas de espionaje (Llamada para el muerto, El espía que surgió del frío, Un espía perfecto, La casa Rusia) a las tramas criminales (Asesinato de calidad, El jardinero fiel, Single & Single, El infiltrado). La misma atmósfera, la misma mirada del escritor sobre la condición humana, se encuentran en unas y otras de esas novelas.
El protagonista y narrador de esta novela, la vigésima cuarta que publica David Cornwell, más conocido como John Le Carré, es Peter Guillam, discípulo de George Smiley en el Circus, los servicios de inteligencia británicos más habitualmente denominados MI6. Le conocimos hace ya muchos años en Llamada para el muerto (1961), la primera novela de Le Carré, y en El espía que surgió del frío (1963), el libro que le consagró. Reaparece, siempre como fiel ayudante de Smiley, con un papel más importante en El topo (1974), y luego en La gente de Smiley (1979) y El peregrino secreto (1990).
Peter Guillam/Pierre Guillame, medio británico por parte de padre y medio francés por parte de madre, septuagenario, divorciado, disfruta de una plácida jubilación dedicado a la agricultura en la finca de su familia en Les Deux Églises, un pueblecito de la costa meridional de Bretaña, donde convive con Catherine, una mujer mucho más joven que él, y la hija de esta, Isabelle. Una carta de su antigua organización lo insta a regresar a Londres de inmediato. Allí se encuentra con que se ha abierto una investigación sobre una de las operaciones en las que intervino muchos años atrás. En particular, se quiere aclarar lo sucedido con la operación Carambola, que formaba parte de la trama principal de El espía que surgió del frío y que finalizó con la muerte al pie del Muro de Berlín, junto con la mujer que le acompañaba, del agente Alec Leamas. Este había conseguido ser reclutado por el servicio de inteligencia de Alemania Oriental y trabajaba para proteger a otro agente doble, un alemán al servicio del Circus, en riesgo de ser descubierto. Los archivos del Circus ofrecen muy poca información al respecto. La operación resultó particularmente complicada porque Smiley y Guillam ya sospechaban que tenían un agente soviético infiltrado (el que finalmente será descubierto en El topo).
Guillam, un hombre con dos nombres, dos patrias y dos pasaportes que desconfía de las apelaciones al patriotismo (como Smiley, retirado en Alemania, que al final del libro se proclama, sobre todo, europeo: “Si he tenido algún ideal inalcanzable, ha sido el de sacar a Europa de su oscuridad para llevarla a una nueva edad de la razón”), se encuentra en una complicada situación. Se ve dividido entre su lealtad a Smiley y a sus superiores y compañeros de antaño y su obligada lealtad al servicio para el que trabajó, y que le paga la pensión, que está dirigido por gente de otra generación incapaz de comprender aquellos tiempos. Siente el permanente conflicto entre sus antiguas promesas de guardar secreto y las órdenes que recibe en el presente de contar todo lo que sabe. El estudio de la documentación que le hacen examinar y los interrogatorios a los que es sometido le llevan a repasar algunos episodios de su vida. La nostalgia por los tiempos pasados se mezcla con la decepción por la inutilidad de tantos sacrificios, los sentimientos de culpa y la sospecha de haber sido utilizado, de que todavía quieren utilizarlo, para objetivos nada elevados.
2. El mundo de Le Carré.
El regreso a la Guerra Fría es, solo, un aparente regreso porque, en realidad, Le Carré sigue en el mismo mundo que nunca ha abandonado en sus novelas. El mundo de Le Carré no es tanto el de los espías como el de seres humanos atenazados y heridos por un pasado que, al mismo tiempo, añoran y repudian; que tratan de ser fieles a sus compromisos y, sobre todo, a las personas con las que han contraído esos compromisos, aunque esa lealtad en ocasiones tenga como reverso la traición, real o aparente. Personajes conscientes de la maldad y de la doblez que les rodea, en especial del abuso de quienes ostentan algún tipo de poder. Personas idealistas y melancólicas al tiempo, dispuestas al sacrificio, no necesariamente al de enfrentarse a la muerte sino al de entregar la vida en tareas vulgares, rutinarias y nada distinguidas, pero necesarias. Personas imperfectas con sus miserias, dudas, vicios, fracasos. Funcionarios anónimos sin el glamur de un James Bond, héroes que no van a recibir medallas, individuos solitarios y muy normales atrapados en situaciones extraordinarias, abrumados por su responsabilidad y que apenas pueden hacer otra cosa que luchar por sobrevivir con cierta decencia.
Los personajes de Le Carré nos transmiten siempre, incluso cuando utiliza un narrador en tercera persona, su monólogo interior, la lucha contra uno mismo, sus esperanzas y desengaños, la necesidad de confiar y de amar pero también de recelar y de resistir, de buscar la paz en un mundo caótico e injusto.
3. Novela negra y novelas de espías
Tradicionalmente, a John Le Carré se le ha considerado como un autor que cultivaba la novela de espías (spy fiction). Un género con remotos antecedentes, por ejemplo, en El espía de James Fenimore Cooper, de 1821, ubicado en la guerra de independencia norteamericana, pero que se ha desarrollado sobre todo en el siglo XX. Lo han cultivado muchos y muy conocidos escritores como William Le Queux (Guilty Bonds, 1891), Rudyard Kipling (Kim, 1901), Erskine Childers (El enigma de las arenas, 1903), Joseph Conrad (El agente secreto, 1907), G. K. Chesterton (El hombre que fue jueves, 1908), John Buchan (Los treinta y nueve escalones, 1915), W. Somerset Maugham (Ashenden o el agente secreto, 1928), Eric Ambler (Fronteras sombrías, 1936, Epitafio para un espía, 1938), Ian Fleming (toda la serie de James Bond que se inicia en Casino Royale, 1953), Graham Greene (El revés de la trama, 1948, Nuestro hombre en La Habana, 1958, El factor humano, 1978), Alistair MacLean (Caminos secretos, 1959), Frederick Forsyth (Chacal, 1970, Odessa, 1972), Robert Ludlum (La herencia escarlata, 1971), Ken Follett (El ojo de la aguja, 1978), Tom Clancy (La caza del Octubre Rojo, 1984) o Ian McEwan (El inocente, 1990). Es este un género de absoluto dominio anglosajón. Aunque podemos encontrar algún antecedente como Las figuras de cera de Pío Baroja (1924), los autores españoles que han cultivado la novela de espías son modernos, podemos citar como ejemplos a Jorge Semprún (La segunda muerte de Ramón Mercader, 1970), Fernando Martínez Laínez (Carne de trueque, 1979), Antonio Muñoz Molina (Beltenebros, 1989), Francisco Castillo (Cazar al Capricornio, 2009), José Luis Caballero (El espía imperfecto, 2009), Fernando Rueda (La voz del pasado, 2010), Arturo Pérez-Reverte (Falcó, 2016) o Javier Marías (Berta Isla, 2017).
Sin embargo, últimamente las obras de Le Carré se vienen clasificando como novela negra. Al menos, en España, porque no en todos los países se identifica como tal ese género. La editorial que publica a Le Carré en España, Planeta, en su web lo etiqueta como novela negra, pero su editorial en el Reino Unido, Penguin, lo hace dentro de Crime, Thrillers & Mystery, que tiene tres subcategorías: Detective & Mystery, Spy y Thriller; por su parte, la web de Penguin Random House en Estados Unidos ubica a Le Carré en la categoría de Mistery & Suspense, subcategoría de Espionage Mysteries (tiene otras subcategorías: Cozy, Crime, Noir y Suspense & Thriller). En Francia, Editions Seuil no lo coloca en la categoría de Policier/Thriller (carece de un apartado Noir) sino en la de Littérature étrangère; en Italia la editorial Mondadori no se complica y, en lugar de en Giallo (literalmente, amarillo, que es como llaman los italianos al género policíaco, de misterio o terror), lo coloca en la sección Betsellers, mientras que en Alemania la editorial Ullstein lo coloca en Thriller (una categoría muy poco definida, sospecho que más una técnica narrativa que un auténtico género). Hemos de sentar el hecho de que la clasificación de los géneros novelísticos es siempre una operación ardua, artificiosa y poco clara. Los límites entre unos y otros géneros son, a menudo, difusos, llenos de zonas grises; el criterio de clasificación suele variar con cada clasificador y, además, la mayoría de las novelas no son de pura raza, los novelistas confeccionan sus historias sin preocuparse mucho del género que están escribiendo y mezclan rasgos de uno o de otro según su particular gusto y conveniencia.
Probablemente, la operación de clasificar a Le Carré dentro de la novela negra responde a que está de moda, ha pasado de ser un género menospreciado a ser un género respetable y comercial al mismo tiempo. Hoy se pone la etiqueta de novela negra a muchas obras que en otros tiempos se calificarían como de aventuras, de misterio, de intriga, policíacas o de espías. Aunque podemos sospechar que hay sobre todo razones económicas y de mercadotecnia para calificar a Le Carré como autor noir, la cuestión de los límites, o de las relaciones, entre novela negra y novela de espías no resulta nada simple.
Las novelas de espías, desde su inicio, han estado estrechamente emparentadas, de un lado, con las novelas de aventuras y, de otro, con las novelas policíacas. No hay más que repasar la lista de autores que, a simple título de ejemplo, hemos citado hace un momento para comprobar que entre ellos hay algunos que son considerados como autores de novelas de aventuras, otros de novelas policíacas, otros resultan difícilmente clasificables porque han escrito de todo. A grandes rasgos, podemos decir que la novela de aventuras se caracteriza porque al lector se le tiene permanentemente en vilo e intrigado sobre qué les pasará a los protagonistas, mientras que la novela policíaca tiene al lector principalmente intrigado sobre qué es lo que ha sucedido, quién, porqué y cómo ha cometido el crimen que los protagonistas han de investigar. La primera apela más a las emociones (de ahí viene el thriller, lo que emociona, excita o hace estremecer) y la segunda al raciocinio, al placer de averiguar la verdad. Pero es obvio que cabe mezclar ambos géneros y que a menudo se mezclan o superponen. Sin ir más lejos, uno de los creadores del género policíaco, Conan Doyle, frecuentemente saca a su detective de Baker Street y lo envía a correr arriesgadas aventuras. No por casualidad la primera colección de relatos que publicó en 1892 llevaba como título Las aventuras de Sherlock Holmes. Una historia como El signo de los cuatro, que incluye la búsqueda de un tesoro, conspiraciones, persecuciones, tiene casi tanto de novela de aventuras como de novela de detectives, perfectamente podrían haberse ocupado de ella Dumas o Stevenson. Lo mismo podemos decir de El problema final, de 1893, donde el detective acaba despeñado en las cataratas de Reichenbach luchando contra el malvado profesor Moriarty. Pero también la novela policíaca se mezcla a menudo con la novela de espionaje. El propio Holmes en algunos de sus casos trabaja para el Gobierno de Su Graciosa Majestad (al que sirve, con un papel relevante pero misterioso, su hermano Mycroft) y se introduce en el mundo de los espías. En La segunda mancha, de 1904, ha de recuperar una carta de un potentado extranjero dirigida al primer ministro británico cuya publicación provocaría grandes males, incluso una guerra; en Los planos del "Bruce-Partington", de 1908, debe recobrar los planos de un submarino robados por agentes alemanes; en Su último saludo en el escenario, de 1917, desenmascara a un peligroso espía alemán. Otro detective tan famoso como Holmes, en el cual está directamente inspirado, Hércules Poirot, aunque mucho menos aventurero (llega a ganar una apuesta sobre si es capaz de resolver un caso sin despegarse de su sillón), también protagoniza similares historias de espionaje. En La aventura del piso barato, de 1923, busca los planos de instalaciones navales norteamericanas robados por agentes al servicio de Japón; en El rapto del primer ministro, del mismo año pero que se desarrolla durante la I Guerra Mundial, trabaja para el gobierno británico cuyo premier ha sido secuestrado por traidores al servicio de los alemanes. Agatha Christie se acerca al mundo de los espías también en otras novelas sin Poirot, como en Pasajero para Frankfurt, de 1970, que desarrolla una intriga internacional alrededor de una organización secreta neonazi.
Hay autores que consideran a la novela policíaca como un subgénero de la de aventuras, mientras que otros creen que son géneros distintos. En ocasiones se entiende que la novela policíaca comprende varios subgéneros entre los cuales estarían la novela enigma, de detectives o whodunit, la novela negra (más próxima al hardboiled), la novela de espías, la novela de suspense o thriller, la novela policíaca histórica o la novela policial humorística. Con frecuencia, se considera que novela negra y novela policíaca son sinónimos (sobre esto ya he escrito aquí), incluso que ambos son sinónimos de novela de misterio, y que dentro de este amplio género nos encontramos con subgéneros como la novela enigma, la de procedimiento policial, la judicial, el hardboiled, la intriga psicológica, la de espías, etc. Otros consideran que la novela de espías no es sino una variante de la novela negra. No faltan quienes contemplan como géneros independientes la novela policíaca, la novela negra, la novela de suspense y la novela de espionaje.
En cualquier caso, sí cabe señalar que hay características comunes a la novela negra, tomada en su sentido más restringido, y a la novela de espías. En ambos casos, suele predominar un tono pesimista sobre la realidad social y política. Tanto el detective como el agente secreto suelen dudar sobre dónde está el bien y dónde está el mal; a menudo el protagonista tiene que infringir la ley e incluso cometer algún crimen (recordemos que 007 tiene licencia para matar) en la confianza de estar eligiendo el mal menor; las motivaciones, los criterios morales, distan de estar claros, la sospecha de estar manipulados por quienes manejan los resortes del poder, sean políticos, militares, banqueros, es constante; la mentira y la hipocresía son moneda corriente en una sociedad asolada por la corrupción. Los altos ideales que, en teoría, defienden sus personajes a menudo encubren inconfesables intereses particulares. Con frecuencia el protagonista, sea espía o investigador, es un ser solitario, escéptico, refugiado en la ironía y el sarcasmo, que trata de mantener un comportamiento digno en medio de la mugre que le rodea. En ambos géneros afloran las cloacas del Estado, esa realidad fea, perturbadora, oculta, que nadie quiere reconocer que existe, pero que existe al margen de la ley. La justicia no siempre triunfa, rara vez sabemos en qué consiste exactamente la justicia o si es realmente posible. Las historias criminales y las historias de espionaje suelen ser útiles para la misma finalidad de crítica y denuncia social, por no decir de denuncia política.
Este estrecho parentesco de ambos géneros, o subgéneros, nos explica que Le Carré haya podido pasar con toda naturalidad de las tramas de espionaje (Llamada para el muerto, El espía que surgió del frío, Un espía perfecto, La casa Rusia) a las tramas criminales (Asesinato de calidad, El jardinero fiel, Single & Single, El infiltrado). La misma atmósfera, la misma mirada del escritor sobre la condición humana, se encuentran en unas y otras de esas novelas.
es doctor en Derecho y licenciado en Ciencias Políticas y Sociología. Funcionario del Gobierno de Navarra, vocal del Tribunal Administrativo de Navarra. Ha ejercido como abogado y como profesor asociado de Derecho Administrativo en la Universidad de Navarra y en la Universidad Pública de Navarra. Ha colaborado con la Escuela de Policía de Cataluña y colabora regularmente con la Escuela de Seguridad de Navarra. Ha sido concejal del Ayuntamiento de Pamplona, presidente de la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona y miembro del Parlamento de Navarra. Colabora asiduamente en diversos medios de comunicación (principalmente, en Diario de Noticias y Solo Novela Negra) y revistas profesionales. Secretario de la Asociación Navarra de Escritores/as-Nafar Idazleen Elkartea. Obras: Novela: El asesinato de Caravinagre (2014); El crimen del sistema métrico decimal (2017). Relato: “Un asunto privado”, en 24. Relatos navarros (2016); “Una cuenta pendiente”, en Solo Novela Negra (2016); “El vino del francés”, en El alma del vino (2017); “Un móvil para un crimen”, en la III Semana Negra en la glorieta (2017). Ensayo: La Policía Foral de Navarra (1991), Navarra como problema. Nación y nacionalismo en Navarra (2001), El Tribunal Administrativo de Navarra (2004), Derecho Parlamentario de Navarra (2009), El régimen jurídico de los símbolos de Navarra (2011, VII Premio Martín de Azpilicueta), El régimen lingüístico de la Comunidad Foral de Navarra (2013). Recopilación de artículos de prensa: Sexo en sanfermines y otros mitos festivos (2007), Crisis en sanfermines y otros temas festivos (2015). Página web: http://webs.ono.com/mizubel/