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«Los impostores», de Pilar Romera

RESEÑA DE «LOS IMPOSTORES», DE PILAR ROMERA. Destino (2019)
por Manu López Marañón
Pilar Romera Aguilà (Riba-roja d'Ebre, Tarragona, 1968) es licenciada en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona, donde actualmente trabaja. Su debut como escritora se produce en 1993 con la novela «L'esperit de vidre», a la que sigue, en 1997, «Dins la boira». En 2016 publica «Li deien Lola» (Columna Edicions) de amplia repercusión entre los catalanohablantes. La novela de la que hoy nos ocupamos ha salido al mercado durante septiembre y noviembre, casi simultáneamente, en catalán («Els impostors», Columna Edicions) y castellano («Los impostores», Destino).

«Los impostores» se inicia el 6 de febrero de 1939, día en el que se abre la frontera con Francia a 80.000 refugiados (brigadistas internacionales que no quisieron irse en septiembre de 1938 y familias españolas enteras, con lo poco que han podido acarrear, formaban aquel primer contingente). Son llevados a una playa helada cercada por espinosas alambradas y vigilada por 400 agentes de tropas coloniales francesas y 2 compañías de tiradores senegalesas. El campo de Argelès, un infierno sobre la tierra donde tantos conocieron los límites de su resistencia física y mental.
«Era la ciudad de la desesperación, donde no había futuro, solo insomnio y días de humedad y desesperación».
El soldado de la 42 división del ejército republicano Miquel Alberich cura la cara de Ignasi Roure, catedrático de botánica, acuchillada en un arrebato por una mujer trastornada. Pero el tajo inquieta a Miquel y trae a un hombre alto y delgado que desinfecta, cauteriza y cose la profunda herida. Es Bonaventura Puig, un ladronzuelo desideologizado (ejemplo de aquello que en terminología marxista era “lumpenproletariado”) que ha escapado de Barcelona porque la policía lo persigue por sus delitos comunes.

Debido al éxito de la artesanal cirugía sobre el rostro de Ignasi, entre Miquel y Bonaventura se establece cierta camaradería. Sin llegar a intimar –todos se han conocido en Argelès– entre Ignasi, Miquel y Bonaventura se va forjando una relación que se ensancha con el audaz robo de estacas, cordeles y alambres para construir unas tiendas de campaña que los protejan de la intemperie.
 

Por los distintos caminos que les han llevado sus vidas, Miquel e Ignasi comparten idénticos anhelos de libertad, de cimentar una existencia distinta, libre del peso de la derrota, con esperanzas nacidas y alimentadas en los ideales de una República a la que se niegan ver derrotada.

El final de la guerra civil con la llegada de 500.000 refugiados a Argelès (a esas alturas ya un nido de enfermedades y enterramientos conjuntos) y el anuncio de que las Waffen SS pronto vigilará el campo (al que engorda un amplio e inquietante contingente de judíos, gitanos y homosexuales), hace utópico mantener cualquier sueño republicano. Pero a pesar de ello la consigna es resistir, seguir creyendo en un proyecto que ha fracasado trágicamente y cuyas consecuencias invaden un desolado presente.



El campo de Argelès

Bonaventura se está muriendo de disentería y su agonía resulta un obstáculo para Miquel e Ignasi que no disimulan su impaciencia. Para salir como sea de ese averno sopesan alistarse en los Grupos de Trabajadores Extranjeros (GTE) y así continuar en Francia mientras cae Franco… A Ignasi, como pago por sus servicios de traducción, le proporcionan agua limpia y antibióticos, pero él los esconde y el enfermo fallece.

Ignasi, sin delitos de sangre, pero depurado como catedrático de botánica y convertido automáticamente en un «enemigo de España», suplanta a Bonaventura (un vulgar chorizo sin ninguna motivación política) para poder volver a España «limpio». Pero es consciente de cómo, mientras viva Franco, reciclarse como docente en la Universidad de Barcelona será imposible…

Ignasi –Bonaventura Puig ya en el resto de la novela– en un empeño vital que lo obliga a ocultar un secreto mundo de relaciones, recuerdos y obsesiones aflorando en el laberinto del tiempo y la memoria, opta por el regreso. Este inolvidable personaje es la cebolla de cuyas capas se aprovecha Pilar Romera para conducirnos al corazón de su trama. Porque con el juego que da la suplantación de personalidad de Ignasi, rebosante de riesgos y mixtificaciones, a través de ese falso Bonaventura la autora de Tarragona perfila a sus otros protagonistas (con su mujer –Dora Colom–; su cuñado –Albert Colom–; el amante de su mujer –Miquel Alberich–, y el comisario Fuentes a la cabeza).

«Volví con el pasaporte del amigo muerto. Y lo hice pasando por encima de mis principios, de mis ideales y de la República. Fui desleal a todo lo que había sido importante para mí. Pero lo peor de todo es que traicioné de la manera más ruin al hombre que me había ofrecido su amistad incondicional, sin mencionar, además, que me había salvado la vida».
El entramado de esta ambiciosa novela, tergiversado y recompuesto por la narradora en su afán por conocer y ocultar la verdad, algo que exige una atención al texto que desde el primer momento resulta adictiva, transporta al lector a una atmósfera sutilmente entretejida de realidad y ficción en la que presente y pasado se modifican recíprocamente.

Estamos ante un racimo de existencias derruidas que parecen desfilar ante una pantalla, ante fragmentos de vidas atormentadas, ante secretos tal vez indescifrables. Son los callejones sin salida a los que lleva perder una guerra, unos callejones tenebrosos poblados por experiencias reales e imaginarias y, sobre todo, por sueños malogrados.

«Los impostores» es un texto que funciona también como eficaz thriller político. Algo que se ensambla –sorprendentemente bien– sobre esas metamorfosis que tiempo y memoria ejercen sin pausa sobre sus principales actores.

Desviándose de lo que pudo haber sido una novela sobre la amistad masculina «la ilusión que menos dura» (aquí todo el mundo va a lo suyo, nadie deja pasar la ocasión de aprovecharse descaradamente del otro, engañándolo: es la supervivencia al cubo), Pilar Romera nos embarca en la preparación de un magnicidio. Se trata de acabar con la vida del general Franco, que llega a Barcelona el 31 de mayo de 1949 para inaugurar la XVII Feria Internacional de Muestras.

Miquel Alberich, a quien conocimos en Argelès, tiene ahora 40 años y es un tipo robusto de ojos grandes y nariz patricia que responde al nombre de Elíseo Pérez; comunista convencido que entró en París en la compañía de la Segunda División Leclerc, hoy espiga colillas de tabaco por las sucias calles del Barrio Chino. Una noche reconoce a Isadora Colom, a Dora, de quien fue novio tiempo atrás. Llevan 20 años sin verse. Este reencuentro trae notables consecuencias ya que Dora sabe de primera mano algo que permanece en secreto: la visita de Franco.

Al encontrar a su marido en casa esa noche Dora percibe «el fuego asqueroso del desengaño, de la costumbre, de la rutina, sofocado con más desengaño, más costumbre y más rutina». Bonaventura, que quiere a su mujer, «la única persona que conseguía que aquella vida prestada valiera la pena», vive en el permanente temor de ser descubierto e ir a la cárcel (aunque se haya adaptado a las circunstancias no olvida que él asesinó a Ignasi Roure).

La labor de limpieza ante la llegada de Franco permite a la autora entrar de lleno en la muy temida Brigada Político Social (BPS) de Vía Laietana, centro de la brutal represión a toda oposición al Régimen, y en donde a las órdenes de Eduardo Quintela (el director, el encargado de capturar y encerrar de forma preventiva, ante la insigne visita, a los «sospechosos habituales») trabaja el comisario Fuentes.



La Vía Laietana: el rincón de las torturas

Este comisario adicto a la cocaína y de destrozado estómago es, para mí, –y hay para elegir–, la figura más atractiva de la novela, uno de esos «malos buenos» que se mueve como pez en el agua entre sus confidentes y que talla con mirada torcida a las nuevas hornadas de la policía franquista. Trazado siguiendo el patrón del capitán Louis Renault (interpretado por Claude Reins en «Casablanca» –USA, 1942–, oportunos diálogos entre Renault y Rick Blaine –Humphrey Bogart– pautan, en su inicio, la cuarta parte y el epílogo de «Los impostores»), Fuentes, antiguo guardia de asalto que no simpatiza con la derecha gobernante pero que tampoco es partidario de la revolución, hace gala de una extraña ética que combina el saber zurrar con un profundo sentido de la justicia. El diario cumplimiento del servicio lo ha degradado, pero su lucidez permanece intacta, a prueba de bomba:

«Una panda de psicópatas dirigiendo el país. Todo está podrido, el régimen está putrefacto desde la base. El sistema está viciado y lo peor es que lo controlan todo, absolutamente todo».

Renault: «El corazón es mi punto menos vulnerable».
Sin esperar ayuda alguna del PCE, que tras la orden de Stalin de abandonar la lucha armada ha dejado tirados a los pocos camaradas –la mitad están en La Modelo– que quedaban operativos, matar a Franco se ha convertido en la obsesión de Miquel Alberich. Para ello no duda en usar a Dora, con la que se refocila en su tabuco en una vorágine de indudable pasión, algo que no basta para hacerle sentir el menor asomo de culpa por utilizar a su amante para seguir obteniendo la valiosa información que ella saca del Gobierno Civil, donde trabaja de secretaria.
«¿Qué día llega Franco, Dora? ¿A qué hora? ¿Cuál es el trayecto? ¿Dónde estarán colocados los francotiradores? ¿Revisarán el alcantarillado? ¿Dónde estarán los policías? ¿Qué dotación lo vigilará? ¿Cuántos secretas? Miquel necesitaba datos concretos, planos».
Enterado Bonaventura del romance entre Miquel y su mujer, y puesto al día por ella misma del heroico pasado de su amante, descubrimos que a Bonaventura saber que Dora se acueste con el que fue su amigo molesta menos que percibir la poca implicación de ella en su relación matrimonial, que averiguar cómo se casó con él solo para huir de la casa de sus padres.

Informado de que Miquel Alberich atentará contra Franco, Bonaventura planea matar él mismo al dictador o a Miquel, en realidad da igual: sólo quiere salvar a su mujer, evitar que vaya a la cárcel por colaboradora en un magnicidio. En un montaje en paralelo que explota narrativamente las vicisitudes de ambos asesinos in pectore, Bonaventura se hace con una pistola mientras que Miquel consigue un uniforme de estibador para moverse sin levantar sospechas por la dársena a la que llega el barco de Franco.



Franco en Barcelona

Alertada la BPS de la existencia de un «lobo solitario» que pretende atentar contra el caudillo (sin ninguna organización que lo apoye estaríamos, en el caso de Miquel, ante un Charlie Marlow urbano a la caza de su Kurtz), los últimos capítulos de «Los impostores» se devoran con la adrenalina disparada: feroces interrogatorios, desesperadas búsquedas de dinamita y temporizadores, muertos que aparecen con un tiro en la nuca que garantice su silencio…, y el inesperado desenlace del complot. La conmoción está asegurada.

Pilar Romera ha escrito una de las más sobresalientes novelas de la literatura española contemporánea y se coloca, de forma indiscutible, a la altura de los mejores narradores de su generación. Regalar «Los impostores» estas Navidades es sinónimo de garantía literaria.


ENTREVISTA CON PILAR ROMERA
por Manu López Marañón
1. La historia contemporánea entra en «Los impostores».

Leyendo tu novela no cuesta esfuerzo imaginar el ingente trabajo de documentación que te has tomado para ambientar tanto el campo de refugiados en 1939, como la Barcelona de diez años después, la de 1949. Siempre es provechoso profundizar en las confluencias entre historia y literatura.

Pilar, ¿tuviste datos de sobra para levantar un edificio literario tan complejo como resulta ser «Los impostores», o faltaban y debiste recurrir a largas y enojosas investigaciones?

Debido a mi formación académica, siempre, en todas mis novelas realizo un exhaustivo trabajo de investigación. En este caso, tuve la grandísima suerte de que me dieran una beca convocada por el Ayuntamiento de Barcelona y la UNESCO en el Marco del programa Barcelona Ciudad de la Literatura. Me permitió tener un espacio privilegiado en la Biblioteca de Catalunya con un ingente catálogo a mi disposición durante cuatro meses, por tanto, pude investigar todo lo que necesité.

Aún no he disfrutado de otras novelas tuyas como «Dins la boira» o «Li deien Lola» por no haberse traducido al castellano.

En aquellos títulos, ¿había ya una presencia de la historia reciente en Cataluña o, por el contrario, es en «Los impostores» donde por vez primera decides usar emplazamientos y acontecimientos históricos que dejen impronta?

Hasta ahora mis novelas han estado siempre ambientadas en un contexto histórico pasado. «Dins la boira» estaba ambientada en plena I Guerra Mundial, y parte de la trama pasaba en una fábrica química de un pueblo del interior de la Ribera del Ebro donde se fabricaban de tapadillo armas químicas para Alemania (mientras España era neutral) y «Li deien Lola» está ambientada en el paso del siglo XIX al XX, en el marco de la Barcelona anarquista (bombas en el Liceo), y el proceso de Montjuic contra los anarquistas de fin de siglo.

Pero voy a hacer un parón en las tramas históricas y la próxima estará ambientada en la actualidad.


Me has sorprendido cuando afirmas que, ya en una fecha tan temprana como 1949, cuando llega Franco a inaugurar una Feria, el manifiesto descontento por un Régimen autárquico que condena a Cataluña a la irrelevancia –«somos la puta y ponemos la cama»– es compartido tanto por clases populares como por la burguesía barcelonesa. Yo pensaba que en aquellos años tremendos en su represión y masivos fusilamientos nadie movía un dedo (por la cuenta que le traía) contra la dictadura.

¿Eres consciente de que muchos lectores van a sorprenderse por su error de creer en el apoyo casi unánime a Franco por parte de la población catalana?
 

Es que no era así. Gran parte de la burguesía catalana (no todos) apoyaron financieramente el alzamiento y estaban encantados con que se parara la República. Ciertamente, siempre hubo parte de esa alta burguesía que se enriqueció con el régimen y fue fiel hasta el final. Pero hubo muchos otros que pensaban que el régimen de Franco sería parecido a la dictablanda de Primo de Rivera, y, evidentemente diez años después de acabada la guerra, vieron claro que la de Franco sería una dictadura dura y que duraría.

Otra cosa es la gente de la calle. El movimiento antifranquista de base comunista y anarquista estuvo muy arraigado en las ciudades y el cinturón rojo de Barcelona. Luego, las zonas del interior de origen carlista ya era otra cosa. De todos modos, el régimen era muy combativo con cualquier muestra de catalanismo (desde el folclore a la lengua) y eso pesó muy negativamente en una parte de la población que lo vivió como un ataque a su idiosincrasia.


No creo equivocarme si afirmo que los preparativos para atentar contra Franco en la Barcelona de 1949, siendo literariamente verídicos y apasionantes (que es de lo que se trata), históricamente hablando no tuvieron lugar.

Pero, ¿cómo historiadora tienes constancia de si durante el franquismo hubo algún intento de asesinar al dictador? Y no me refiero a escaramuzas sino a algo serio, organizado y con apoyos tanto dentro de España como fuera.

El 30 de mayo de 1949 hubo un intento de atentar contra Franco cuando pasaba con un coche descubierto junto al monumento a Colón. El anarquista llevaba una bomba que no lanzó porque la policía ponía niños con banderitas en primera fila a modo de escudos humanos. El anarquista no tuvo valor, sabía que si detonaba la bomba habría muchos muertos.  Me inspiré en este intento de atentado, pero hubo muchos, en Cataluña y en todas partes (Madrid incluido). En la bibliografía que cito hay un libro publicado por Debate en 2015 de Antoni Batista que se llama «Matar a Franco: los atentados contra el dictador» muy completo. También un documental de TVE «Objetivo: matar a Franco» muy bueno también.
2. Personajes eternamente insatisfechos.

En «Los impostores» nadie está medianamente contento con la realidad que le toca vivir. Y si pretende refugiarse en el pasado es todavía peor: crímenes, delaciones, traicione la poca implicación de ella en su matrimonio… ¡Un Charles Bovary en toda regla!

¿Cómo llegas al convencimiento de que este marido deslucido sea capaz de arriesgar la vida metiéndose de lleno en un complot contra todo un jefe de Estado? Has arriesgado con esa pirueta que convierte al hogareño Bonaventura en un héroe de acción casi barojiano… ¿Eras consciente de estar dándole un espectacular giro?

Totalmente. De hecho, el final de Bonaventura lo imaginé como una suerte de redención. De expiación. Casi algo místico, religioso. Él ve cómo las opciones se le acaban, y ante el egoísmo o la venganza elige el martirio.

Ha quedado patente mi admiración por el comisario Fuentes, uno de esos personajes que se graban a fuego en cualquier lector. Hablo en la reseña de cómo encuentro en el capitán Renault de «Casablanca» una referencia a la hora de construir a Fuentes, tu comisario caótico y atrabiliario, pero también, a su manera, ético y radicalmente lúcido.

Las cuatro partes de «Los impostores» y su epílogo vienen precedidos por diálogos de «Casablanca». Sobre otros personajes de tu novela, a la hora de construirlos, ¿habrá resultado también importante la película? Yo encuentro similitudes entre Fuentes y Renault, pero ¿es posible que otros lectores las hallen, por ejemplo, entre Dora Colom e Ilsa Lund, o entre Miquel Alberich y Rick Blaine?

Je je, eso se lo dejo a cada lector. Pero sí, de lo que no hay duda es que Fuentes y Renault tienen ciertas similitudes. Fuentes, también es mi personaje favorito, y, de hecho, en la primera versión de la novela era un personaje muy secundario, ¡pero me pedía más! Fíjate que hasta cambié el final solo para darle más protagonismo.

«Casablanca» es, para mí, una película en la que todos son unos impostores. Rick engaña a Ilsa haciéndole creer que se fugan juntos, Ilsa a Laszlo con su historia con Rick, Laszlo a todos. Al final, como el comisario Fuentes, Renault es el impostor más obvio pero a la vez el más legal... La historia es muy distinta, pero sí, la influencia es evidente.


3. La novela.

Has conseguido que en «Los impostores» se den la mano de forma modélica tanto la novela tradicional de personajes afectados por el pasado y en lucha por salir adelante (en lo que sería una narración de estilo clásico –sin que eso suponga reproche alguno–) con otra forma más eléctrica de contar: la propia del thriller, centrada en lo que pasa y con acontecimientos desbocándose hasta llegar al sorprendente y logrado final, con la familia Franco desembarcando en la dársena del puerto.

¿Cómo te planteas usar registros tan diferentes? ¿Tuviste temor de no conseguir una lograda fusión entre las dos líneas narrativas de «Los impostores»?

Bueno, eso fue algo complicado. La trama de esta novela, sobre todo la parte de thriller es algo compleja y me costó encontrar el término medio entre explicar demasiado o quedarme corta. Para mí es muy importante que la psicología de los personajes quede perfectamente retratada, tiendo a construir personajes poliédricos, nada planos y le doy tremenda importancia a que sus actos sean coherentes, verosímiles. Eso podía hacer que la acción se ralentizara. Si, tuve miedo en determinados momentos pero creo que conseguí al final que todo fuera equilibrado.
Acabo de reseñar «Telefónica», la extraordinaria novela de Ilsa Barea-Kulcsar que la editorial Hoja de Lata ha tenido a bien publicar 80 años después de ser escrita… En cine todavía triunfa «Mientras dure la guerra» exitosa película de Alejandro Amenábar que se ocupa de las vicisitudes que Miguel de Unamuno sufrió siendo rector de la Universidad de Salamanca. Y ahora llegas tú con «Los impostores»…

La inagotable guerra civil española y sus consecuencias. Siempre se oyen quejas de que el filón, más en cine que en literatura, está agotado.

¿Cuál es tu opinión?

Creo que nunca lo estará. O no debería, al menos. Nadie se cuestiona que los americanos hagan cien mil películas de Vietnam, por ejemplo. Creo que explicar que pasó nos hace recordar cosas necesarias. Y que nuevas generaciones que no tienen muy claro cómo pasaron las cosas, entiendan que de aquellos polvos, vienen estos lodos.

La novela de Ilsa y la película de Alejandro reflejan dramáticas situaciones vividas en los inicios del conflicto. «Los impostores» sin embargo empieza con la República prácticamente derrotada. Los primeros refugiados llegan a Argelès y un mes después la guerra ha terminado.

En tu novela de 1939, final de la guerra, pasas a 1949, es decir, a la época más dura y represiva de la postguerra.

Desde un punto de vista creativo, ¿qué época te ha dado más juego y con cuál has disfrutado más? ¿Te planteas abordar la temática guerracivilista sobre períodos que no se ocupen del final y sus consecuencias?

Más juego me ha dado 1949 porque es un momento en que ya hace diez años que ha acabado la guerra, cuatro que ha finalizado la II Guerra Mundial y me permitía bucear en la desesperanza de los que veían que el régimen no acabaría a corto ni medio plazo. En cambio la retirada y Argelès me ha permitido disfrutar más a nivel literario. Creo que los fragmentos más emotivos y literariamente más líricos los he hecho al hablar del campo de refugiados. Puedo decirte que me emocioné varias veces cuando los estaba escribiendo.
«Los impostores» es una traducción tuya, porque la novela fue escrita en catalán: «Els impostors». Nos gustaría preguntarte por el esfuerzo añadido que ha debido suponer traducirte.

¿Cómo ha resultado la experiencia? ¿Repetirías? ¿Crees que un autor que se traduce a sí mismo es lo más apropiado para el texto? ¿Te planteas escribir algo directamente en castellano o tu lengua literaria seguirá siendo el catalán?

La experiencia ha resultado muy dura pero a la vez muy satisfactoria. No era consciente de lo complicado que era traducir, sobre todo porque soy una persona muy bilingüe (mi padre es aragonés y mi madre catalana) y además la gente de mi edad tuvo la primera formación académica exclusivamente en castellano (no empecé a aprender catalán escrito hasta el bachillerato).

Respecto a si resulta lo más apropiado traducirte a ti mismo, supongo que depende del dominio que tengas de ambas lenguas. No me gusta hablar de traducción, yo he hecho otra versión porque he reescrito páginas enteras que no me funcionaban en castellano.


Para nada descarto escribir algo directamente en castellano, no a corto plazo. Pero lo que si tengo claro que seguiré haciendo las dos versiones a partir de ahora.

Por último, Pilar: supongo que tras el esfuerzo que supone terminar una novela del tamaño y las ambiciones de «Los impostores» lo que más te pide el cuerpo es promocionarla pero, sobre, todo descansar de ordenador.

¿Podrías decirme algo sobre tus proyectos futuros?


En un par o tres de meses empezaré con un nuevo proyecto. Esta vez ambientado en la actualidad. Tiene que ver con un tema un poco tabú: el suicidio. De momento me permitirás que no cuente nada más. Quizás en otra ocasión, jeje.



nació en Bilbao en 1966 y es diplomado en Relaciones Laborales y máster en Prevención (especialidad Seguridad e Higiene en el Trabajo). Residió un año en Buenos Aires tras ser becado por el Gobierno Vasco para llevar a cabo un trabajo sobre la legislación laboral argentina. En la actualidad se dedica en exclusiva a escribir guiones cinematográficos y a la literatura. En 2015 ha editado con Ediciones Oblicuas su primera novela, “Alcohol de 99º”. Recientemente ha terminado “Prosas para eunucos”, un libro de relatos en busca de editorial. Además de para Cita en la Glorieta, también reseña para las revistas Calibre. 38 y Moon Magazine.


El antiguo Hotel Quintana: entre la historia y la literatura, por Miguel Izu

EL HOTEL QUINTANA: ENTRE LA HISTORIA Y LA LITERATURA, por Miguel Izu
Como todos los años por estas fechas de julio, al llegar las fiestas de San Fermín el Ayuntamiento de Pamplona obliga a retirar todos los andamios colocados en el centro de la ciudad. Este año la medida ha afectado a un edificio en obras de reforma que tiene mucho que ver con los sanfermines y con la literatura. Se trata del existente en el número 18 de la plaza del Castillo, que albergó en las primeras décadas del siglo XX al Hotel Quintana, donde se alojó habitualmente Ernest Hemingway en sus visitas a Pamplona y que inspira el Hotel Montoya de su novela Fiesta/The Sun Also Rises.

El fotógrafo Paco Cano, 'Canito', Hemingway y Juanito Quintana
en Pamplona, 1959

Hemingway llegó por primera vez a Pamplona en los sanfermines de 1923. Contrariamente a lo que se dice a veces, no es aquí donde asistió por primera vez a una corrida de toros. En la primavera de ese año había viajado a España desde París, donde trabajaba como corresponsal del periódico canadiense Toronto Star, con su editor y amigo Robert McAlmon y con el también periodista Bill Bird. En la capital francesa Gertrude Stein, Alice B. Toklas, Mike Strater y Luis Quintanilla le habían hablado de la fiesta de los toros y sentía viva curiosidad. El 27 de mayo llegaron a Madrid y vieron allí su primera corrida de toros, actuaban Chicuelo, GitanilloFausto Barajas con toros de Matías Sánchez. Luego visitaron Sevilla, Ronda, Granada y Aranjuez asistiendo a más festejos.

El entusiasmo que sintió Hemingway por los toros le hizo acudir en el mes de julio siguiente a Pamplona, donde le habían dicho que se celebraba una de las principales ferias, en este caso junto con su esposa, Hadley. Desde París habían escrito para reservar una habitación en el céntrico Hotel La Perla, adonde acudieron tras bajar del tren. Se encontraron con que no tenían ninguna reserva y que las habitaciones que les ofrecieron eran caras o malas, pero la propia dueña del hotel les sugirió alojarse en un piso particular a un precio mucho más económico. Disfrutaron tanto de las fiestas que al año siguiente regresaron e invitaron a acompañarles a algunos de sus amigos de París, entre ellos John Dos Passos, Donald Ogden Stewart, Bird y McAlmon.

Ernest y Hadley viajaron a Pamplona unos días antes de las fiestas, el 26 de junio de 1924 se alojaron en el Hotel La Perla, reservaron varias habitaciones para todo el grupo, compraron entradas para los toros y se fueron a Madrid. Allí solían alojarse en  un lugar frecuentado por toreros modestos, la Pensión Aguilar (hoy Hostal Aguilar), en la Carrera de San Jerónimo 32, otro edificio histórico con una placa del Círculo de Escritores Cinematográficos recordando que el 15 de mayo de 1896 tuvo lugar allí la primera exhibición cinematográfica de España. El 29 de junio asistieron a una corrida de toros y allí conocieron a Rafael Hernández Ramírez de Alda, periodista y crítico taurino de La Libertad, periódico liberal progresista en los años veinte y republicano en la década siguiente. Rafael, como firmaba sus crónicas (y como aparecerá luego mencionado en Muerte en la tarde y en una escena de Fiesta), era una autoridad en la materia, en 1930 sería miembro de la comisión para la reforma del Reglamento Taurino. Hicieron buena amistad y Rafael ayudaría a Hemingway en la redacción de Muerte en la tarde. Cuando se publicó esta obra, en 1933, escribió un artículo titulado “Míster Ernest Hemingway, el amigo de España” donde le retrataba como un gran aficionado a la fiesta de los toros y autor de “un tratado completo de tauromaquia”. Años más tarde fue redactor-jefe del diario Informaciones, colaboró con el semanario taurino El Ruedo y en 1955 publicó una monumental Historia de la Plaza de Toros de Madrid (1874-1934), sobre la antecesora de Las Ventas, la plaza de Fuente del Berro o de la carretera de Aragón (donde luego se construyó el Palacio de Deportes hoy redenominado WiZink Center). Al saber Rafael Hernández que el matrimonio Hemingway iba a acudir en Pamplona a los sanfermines, que conocía bien por haberlos cubierto como crítico taurino, les recomendó que acudieran al Hotel Quintana, propiedad de Juanito Quintana, un gran aficionado, amigo de Joselito, Belmonte y otros toreros, donde encontrarían un gran ambiente taurino ya que allí se alojaban muchos matadores. Así lo hicieron, consiguieron una habitación en el Hotel Quintana mientras que sus amigos se quedaron las habitaciones reservadas en el Hotel La Perla (más adelante se crearía la leyenda de que este es el hotel donde se solía alojar
Hemingway). Juanito Quintana y el futuro premio Nobel iniciaron una amistad que duraría ya toda su vida. En el Hotel Quintana Hemingway conoció a toreros como el Maera o Cayetano Ordóñez, El Niño de la Palma, y se convirtió en un auténtico aficionado.


Hemingway volvió al Quintana en los sanfermines de 1925, 1926, 1927, 1929 y 1931. Sus experiencias pamplonesas quedaron reflejadas en Fiesta, novela publicada en 1926, donde Juanito Quintana aparece con el nombre de Juanito Montoya. Posteriormente, ya instalado en Estados Unidos y convertido en un escritor famoso, dejó de acudir a Pamplona. No regresaría hasta 1953, cuando cierta apertura del régimen franquista, al que había combatido como corresponsal en la Guerra Civil, le hizo confiar en que no le pondrían problemas para entrar en España. Después de muchos años pudo reencontrarse con su amigo Juanito Quintana, aunque no alojarse en su hotel. En 1936 el Hotel Quintana, donde se habían celebrado muchos actos políticos, le fue confiscado a consecuencia de sus notorias ideas republicanas. Quintana probablemente se salvó gracias a que cuando se produjo el alzamiento militar de julio de 1936 estaba en la localidad francesa de Mont-de-Marsan para presenciar su feria taurina, de lo contrario es muy posible que hubiera sido detenido y fusilado. Estuvo exiliado varios años hasta que pudo regresar sin riesgo y fijó su residencia en San Sebastián. En 1953 Hemingway y sus acompañantes se hospedaron en el Hotel Ayestarán de Lekunberri, localidad a 35 kilómetros de Pamplona. La última visita del escritor a los sanfermines fue en 1959 y entonces Juanito Quintana le buscó un chalet particular para alojarse (curiosamente, en la calle San Fermín nº 7). Pero en ambas ocasiones Hemingway no se alejó mucho del lugar que había frecuentado de joven ya que pasó muchas horas en la terraza del bar Txoko, que está justamente al lado del antiguo hotel de Juanito Quintana.

El Hotel Quintana fue reinaugurado como Hotel España por sus nuevos propietarios, pero duró pocos años. En 1945 el edificio fue convertido en oficinas y viviendas, con un bar en la planta baja. De 1949 a 1959 albergó al refundado Club Taurino de Pamplona (Juanito Quintana había sido presidente de otro club que desapareció en 1930). El año pasado, 2017, se emprendieron obras de reforma para reacondicionar sus viviendas. Se trata de un edificio con una fachada modernista que está protegida, por lo cual se vació interiormente dejándola a salvo. Al excavarse en los cimientos se produjo la sorpresa. Aparecieron los restos de un torreón perteneciente al castillo que da nombre a la plaza, el construido por el rey de Navarra y de Francia Luis el Hutin en el siglo XIV. Sorpresa porque los historiadores situaban ese castillo más hacia el norte de la plaza, junto a la esquina donde se encuentra el Hotel La Perla. El hallazgo ha obligado a rectificar los planos de la Pamplona medieval, igual que sucedió hace quince años cuando se excavó la plaza del Castillo para construir un aparcamiento subterráneo y aparecieron unas termas romanas en un lugar que siempre se había supuesto exterior a la ciudad romana. También se descubrieron restos de una muralla medieval que se han conservado dentro del aparcamiento y que se creyeron parte del muro defensivo de la antigua población de San Nicolás, uno de los tres burgos de la Pamplona del Medievo, pero que con los nuevos descubrimientos ahora se considera como parte del primitivo castillo.



Los restos del torreón se van a integrar en el nuevo edificio y serán visibles en el local de hostelería que ocupará la planta baja del antiguo Hotel Quintana. Un edificio con mucha más historia todavía de la que se pensaba
.


es doctor en Derecho y licenciado en Ciencias Políticas y Sociología. Funcionario del Gobierno de Navarra, vocal del Tribunal Administrativo de Navarra. Ha ejercido como abogado y como profesor asociado de Derecho Administrativo en la Universidad de Navarra y en la Universidad Pública de Navarra. Ha colaborado con la Escuela de Policía de Cataluña y colabora regularmente con la Escuela de Seguridad de Navarra. Ha sido concejal del Ayuntamiento de Pamplona, presidente de la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona y miembro del Parlamento de Navarra. Colabora asiduamente en diversos medios de comunicación (principalmente, en Diario de Noticias y Solo Novela Negra) y revistas profesionales. Secretario de la Asociación Navarra de Escritores/as-Nafar Idazleen Elkartea. Obras: Novela: El asesinato de Caravinagre (2014); El crimen del sistema métrico decimal (2017). Relato: “Un asunto privado”, en 24. Relatos navarros (2016); “Una cuenta pendiente”, en Solo Novela Negra (2016); “El vino del francés”, en El alma del vino (2017); “Un móvil para un crimen”, en la III Semana Negra en la glorieta (2017). Ensayo: La Policía Foral de Navarra (1991), Navarra como problema. Nación y nacionalismo en Navarra (2001), El Tribunal Administrativo de Navarra (2004), Derecho Parlamentario de Navarra (2009), El régimen jurídico de los símbolos de Navarra (2011, VII Premio Martín de Azpilicueta), El régimen lingüístico de la Comunidad Foral de Navarra (2013). Recopilación de artículos de prensa: Sexo en sanfermines y otros mitos festivos (2007), Crisis en sanfermines y otros temas festivos (2015). Página web: https://mizu38.wixsite.com/miguelizu

La movilización socialista de las lavanderas madrileñas en 1910, por Eduardo Montagut

[...] Benítez aguza el oído. Nada de interés. Una mujer preguntando a otra por el precio del carbón en los almacenes de su calle. Una mujer que muy probablemente no sepa leer ni escribir, pero que a buen seguro sabrá mucho de cuentas, sobre todo de restas. Otra lavandera de no menos de cincuenta veranos se lamenta a pleno pulmón de que, desde que su hijo ha sacado la suerte de soldado en la última quinta y ha tenido que dejar la tahona donde trabajaba, se las ven y se las desean para poder pagar al casero los domingos. «Este pícaro Madrid está hecho sólo pa los ricos, Colasa», sentencia una que aparenta cinco o seis años más que la del hijo recluta. «No, si entovía te quejarás –reprocha la más veterana de las lavanderas–. Pos tú, Niceta, cuando pagas a un mozo de cuerda pa que te traiga y te lleve la ropa, será poique no estás tan malamente». [...]
La cajita de rapé (Maeva, 2017)
Javier Alonso García-Pozuelo
 
La movilización socialista de las lavanderas madrileñas en 1910. 
Eduardo Montagut
La labor de los Grupos socialistas femeninos ha sido estudiada, entre otros autores, por Rosa María Capel en un trabajo fundamental titulado “Mujer y Socialismo. 1848-1939”. Por el mismo, sabemos que los estatutos de la Agrupación Femenina Socialista de Madrid se aprobaron en 1910, como una adaptación de los que regían para la Agrupación Socialista Madrileña. Estos estatutos planteaban los objetivos fundamentales de los grupos socialistas femeninos que se estaban creando por España: educar a la mujer para el ejercicio de sus derechos y la práctica de sus deberes según lo que establecía el socialismo, pero, además, fomentar la organización social de las mujeres, y luchar para conseguir la aprobación de leyes a favor del trabajo femenino e infantil.

Estos Grupos Femeninos pretendían, en palabras de la historiadora citada, acercar el socialismo a las mujeres y las mujeres al socialismo, aunque hubo diferencias de interpretación, algunas de una clara defensa del feminismo, y otras todavía muy ancladas en la mentalidad tradicional al considerar que debían ser escuelas de madres y esposas.
Rosa María Capel hace un esfuerzo para estudiar cómo eran y cómo funcionaban, a pesar de la falta de documentación existente. Pero aquí nos interesa más la parte de acción. Sabemos, siempre siguiendo a la autora, que eran grupos claramente vinculados a la estrategia política y social del Partido y del Sindicato, pero eso no quiere decir que los Grupos no tuvieran autonomía y criterio propio. Abarcaron tareas sindicales, solidarias, educativas, culturales, políticas, ideológicas y propagandísticas. El Grupo de Madrid estaba muy vinculado con los sindicatos femeninos que estaban en la Casa del Pueblo, como los de lavanderas, planchadoras, sastras, etc. Siempre apoyó sus reivindicaciones, luchas y huelgas. En este contexto nos acercamos a uno de los primeros actos de movilización socialista femenina.


Lavanderas
- Casimiro Sainz (1878)-

El mitin para lavanderas se celebró el domingo 13 de noviembre de 1910 a las tres de la tarde en la Casa del Pueblo de Madrid, y fue organizado por la Agrupación Femenina Socialista y la Sociedad de Lavanderas. El mitin era calificado de propaganda “societaria y socialista”, es decir, que versó sobre la importancia de la asociación de las trabajadoras en línea con las ideas del socialismo. El mitin fue presidido por el compañero Reyes, la compañera Taboada y la presidenta de la Sociedad de Lavanderas.

La primera oradora, de nombre Brígida, por las lavanderas y planchadoras, recomendó la necesidad de la asociación de las trabajadoras para contener las “demasías de los burgueses”. El compañero y miembro de las Juventudes Socialistas, Arroyo, se dedicó a exponer las ventajas de la organización como único medio para que la mujer alcanzase la educación necesaria para que pudiera ser libre. Agustina Marcos, también de las Juventudes, intentó advertir que las mujeres no debían fiarse de los “políticos burgueses”, aunque anunciasen que iban a legislar a favor de las mujeres, debiendo sólo hacerlo de su propia fuerza, en línea con la tradicional defensa socialista del protagonismo del obrero en su emancipación.

A continuación, intervino Francisca Vega Montes de la Agrupación Femenina. Vega fue una de las luchadoras más intensas que tuvo el sindicalismo socialista durante su larguísima vida. Bordadora y activa en la Sociedad de Obreras del Vestido y Planchadoras de la UGT, ingresó en junio de 1910 en la Agrupación Femenina Socialista de Madrid, en la que tuvo distintas responsabilidades directivas. Muchos años después llegaría a ingresar en la Masonería. Pues bien, en línea con su alto compromiso, Francisca Vega le dio un mayor contenido ideológico y político al mitin, ya que insistió en que las trabajadoras no debían contentarse con la lucha en el sindicato de su oficio, sino que debían preocuparse de la política en clave socialista.

Por su parte, Micaela Cervera disertó sobre la explotación que se producía en los conventos-talleres donde se practicaban métodos crueles.

También intervino Maeso, y creemos que se refiere a José Maeso Granados, activísimo sindicalista vinculado al sector de la madera y la carpintería, y que desempeñó distintas responsabilidades en la UGT y en el PSOE. Maeso insistió en la necesidad de la organización.

Por fin, Galán denunció la labor de las Sociedades de damas católicas, en línea con la denuncia de los conventos-talleres, porque, aunque propagaban la caridad, explotaban a las trabajadoras.

El resumen del mitin se publicó en el número 1289 de “El Socialista”, fuente que hemos consultado, además del Diccionario Biográfico del Socialismo Español para ampliar el conocimiento de los protagonistas de aquel acto, sin olvidar la cita al trabajo de
Rosa María Capel, harto recomendable para los interesados en la compleja relación entre mujer y socialismo hasta la Guerra Civil. (En “Pasado y Memoria, Revista de Historia Contemporánea, 7, 2008, págs. 101-122).

El Primero de Mayo de 1900 en Madrid, por Eduardo Montagut

El Primero de Mayo de 1900 en Madrid
Eduardo Montagut
En este artículo estudiamos el Primero de Mayo en Madrid del año 1900.

“El Socialista”, órgano oficial del PSOE, publicó el 30 de marzo de 1900 una resolución del Comité Nacional del Partido, de 26 de marzo, firmada por Pablo Iglesias, como presidente, y Juan José Morato, como secretario, relativa a la celebración del Primero de Mayo de ese año, que refleja la posición socialista no sólo en relación con esta cuestión, sino también su estrategia política y social, por lo que merece nuestra atención. Los socialistas señalaban que, como se vivía en un régimen político dominado por los reaccionarios, los obreros no podían manifestarse en los espacios públicos, un derecho reservado solamente para los privilegiados o los partidos que representan sus intereses. Había que celebrar, por lo tanto, el Primero de Mayo en locales cerrados. En este sentido, conviene que hagamos un poco de Historia sobre lo ocurrido en la década final del siglo XIX.


Pablo Iglesias
- Manuel Compañy -

En algunos momentos se habían producido actos violentos asociados al Primero de Mayo, especialmente, en el primero de ellos, diez años antes en Cataluña, pero donde el protagonista anarquista había sido evidente. Barcelona fue declarada en estado de sitio con presencia de tropas y de la Guardia Civil. Muchos patronos cerraron las fábricas. La presencia anarquista en Valencia derivó también en altercados. Eso mismo ocurrió en las zonas de control anarquista en Andalucía, especialmente en Cádiz y en Córdoba. Pero, por otro lado, el éxito de la jornada del 1º de mayo en otros lugares provocó que los socialistas decidieran repetirlo al año siguiente y se celebraron reuniones por todas las ciudades europeas. Los socialistas españoles tomaron la decisión en Bilbao. Los anarquistas se reafirmaron en su defensa de la huelga general para esa fecha. El gobierno español, ahora en manos de Cánovas, ante la experiencia vivida, decidió prohibir las manifestaciones públicas, aunque permitió los mítines y reuniones en locales cerrados. Los socialistas optaron por respetar la legalidad y decidieron que la fiesta se limitase al cese del trabajo y la celebración de actos. Eso provocó que el 1º de mayo de 1891 no tuviera nada que ver con el entusiasmo y la movilización del celebrado el año anterior. Destacaron los incidentes en Cádiz y que influyeron en posteriores hechos sangrientos ocurridos en Jerez. Al año siguiente se decidió que el 1º de mayo sería una manifestación anual internacional. Los socialistas españoles analizaron la situación: los sucesos de Jerez, la posición anarquista y la postura del gobierno, que, independientemente de su signo político, liberal o conservador, siguió siendo contraria a las manifestaciones públicas. En consecuencia, tomaron la decisión de que, a partir de entonces, la jornada debía ser un día de afirmación plena de la lucha obrera pero no de la revolución social. Habría que organizar actos conmemorativos, siempre con ánimo pacífico. Los anarquistas decidieron que, al no poder realizar la revolución ese día, no tenía mucho sentido la jornada. A mediados de la década de los 90 dejaron de tener interés en el 1º de mayo.

La celebración del Primero de Mayo en la España del primer cuarto del siglo XX se desarrolló entre la autorización y la prohibición gubernamentales. A comienzos del siglo fue autorizada por el gobierno, pero las autoridades provinciales no siempre fueron favorables a las manifestaciones. En este sentido, en el mitin madrileño de 1900 se aludiría a los temores infundados del Gobierno, aunque se señaló que el gobernador civil no había desplegado en ese año un gran alarde de fuerzas.

En la resolución del Comité Nacional se insistía en la importancia de que en ese día no se trabajase, y que todo debía transcurrir en paz y orden. El empleo de la violencia era inevitable para conseguir la emancipación, pero ese momento no había llegado aún. El empleo de medios violentos solamente era deseado por los explotadores. Se consideraba que sería una torpeza caer en esa provocación porque les permitiría acabar con el movimiento obrero, restringiendo los derechos conquistados de reunión y asociación, impidiendo la defensa de los intereses de los trabajadores. Estaba claro que los socialistas diferían claramente de la estrategia seguida por los anarquistas en relación con el Primero de Mayo. La fuerza había que demostrarla, siempre siguiendo la resolución, en el poder mismo de la organización, de la conciencia de clase, en la acción común y en la “seriedad y sensatez que se revelen” en todos los actos que se realizasen.

Ese debía ser el camino para arrancar conquistas sociales, como una legislación favorable a los intereses de los obreros, especialmente el respeto de la jornada de ocho horas, pero también en favor de los que vinieran después, y contra las guerras “donde tantos proletarios sucumben”. El Partido Socialista animaba a seguir en la lucha para conseguir los objetivos de los trabajadores. El Primero de Mayo era un momento capital en esa lucha.

En varios números de “El Socialista” de los días previos a la celebración se publicó una proclama sobre el Primero de Mayo llamando a los trabajadores para que participasen de tan importante fecha para los socialistas. Por otro lado, se sucedieron las reuniones de las distintas Sociedades Obreras para adherirse a los actos que se iban a celebrar. “El Socialista” publicó una sección para informar de estas decisiones, tanto para el caso madrileño como para el del resto del país.

En el número 739 (4 de mayo de 1900) apareció la crónica de lo acontecido en Madrid capital. La mayoría de los trabajadores pararon, tanto en la construcción como en los talleres. Todo comenzó de forma optimista, porque hasta la lluvia de días anteriores había dejado paso a un día soleado.

Se celebró un mitin multitudinario en el Frontón, lleno de las banderas de las distintas Sociedades obreras y de la Agrupación Socialista de Madrid. En el mitin hablaron destacados líderes, entre los que hay que citar a Largo Caballero y a Pablo Iglesias. Recordemos que Largo había ingresado en la Sociedad “El Trabajo” de albañiles de la UGT en 1890, y en la Agrupación Madrileña en 1894.

Es interesante destacar que el periódico reseñaba que la nota dominante de los discursos había sido la de recomendar “templanza” a los obreros, mientras la clase obrera no fuera lo suficientemente fuerte. Todos los oradores condenaron el empleo intempestivo y prematuro de la violencia que solamente podían ofrecer “frutos de sangre, víctimas para los inquisidores”. Se insistió, pues, en las decisiones tomadas en el Comité Nacional.

Los discursos también ahondaron en el relato de los progresos de la clase obrera en los últimos años, además de resaltar la importancia del Primero de Mayo. Destacada fue también la apelación al internacionalismo, a la fraternidad entre todos los obreros y al deseo de que terminasen todas las guerras.

El acto terminó con una actuación del Orfeón. Todo se desarrolló de forma ordenada y sin alteraciones, algo que, como hemos comprobado, siempre fue una preocupación de los socialistas. En el exterior se tuvieron que quedar muchas personas que no cabían en el Frontón. Los cálculos de “El Socialista” nos hablan de que entre asistentes en el interior y en el exterior se llegó a una concentración de unas 17.000 personas, aunque no tenemos otras fuentes para contrastar el dato.

La fiesta vespertina se desarrolló en la Fuente de la Teja sin incidentes, en un ambiente puramente festivo, con banda de música, cohetes y una breve actuación del Orfeón.

La celebración concluyó con un tercer acto en el Teatro Novedades donde se realizó una representación teatral con varias partes, destacando una en la que unas jóvenes representaron la Verdad, la Ciencia, el Arte, la Libertad y la Industria. El Orfeón cerraría el acto. Pero, aunque el día había comenzado con poca presencia de la fuerza pública, terminó de forma contraria, ya que el gobernador desplegó muchos efectivos en la zona donde estaba el teatro.

En conclusión, para “El Socialista” los obreros habían demostrado lo que de ellos podía esperar “la noble causa del Trabajo”.


Pablo Iglesias en el 1º de Mayo de 1919
Plaza de la Independencia
/ Fundación Pablo Iglesias

En el siguiente número de “El Socialista” (en ese momento era semanario) se hacía un repaso a lo que la prensa madrileña había publicado sobre la celebración del Primero de Mayo.

Al parecer, el “Heraldo de Madrid” había dedicado abundante espacio a recoger artículos de los principales socialistas españoles, algo que se agradecía desde “El Socialista” porque, efectivamente, era una tribuna de amplia difusión, demostrando la tolerancia del medio. Recordemos que el “Heraldo de Madrid” se había creado en 1890, y que en los primeros años del nuevo siglo había alcanzado una amplia tirada, siendo muy popular. Unos pocos años después de los hechos que estamos relatando se dedicó a apoyar la labor de Canalejas.

Por su parte, “El Liberal” dedicó uno de los concursos literarios que convocaba al Primero de Mayo, y que ganó el socialista Matías Gómez Latorre, que había sido redactor de “El Socialista”. Al parecer, se habían presentado unos doscientos escritores. Matías Gómez es un personaje fundamental en la Historia del PSOE desde su fundación hasta el final de la Guerra Civil, ya que, a su longevidad (91 años tenía cuando murió en el exilio), se unió un intenso compromiso. Fue uno de los grandes tipógrafos del Partido, contribuyendo a su fundación en la comida del 2 de mayo de 1879. Para acercarnos a su vida conviene consultar la extensa ficha que le dedica el Diccionario Biográfico del Socialismo Español.

Los socialistas se sentían muy agradecidos con ambos medios de comunicación, pero consideraban que los elogios, como las críticas no modificarían su actitud. Al parecer, algunos pensaban que la mayor atención que la prensa nacional había dedicado a los socialistas era interesada, aunque no en los dos casos citados. En enero de 1900 se había creado la Unión Nacional, impulsada por los regeneracionistas, destacando en este empeño Joaquín Costa. Algunos medios, supuestamente, habrían querido contrarrestar la fuerza de esta nueva formación con la de los socialistas. En todo caso, la Unión Nacional sería un experimento político fallido.

En el mismo número 740 del periódico socialista se realizó un repaso destallado de la celebración del Primero de Mayo en distintos lugares de la geografía española.

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Eduardo Montagut (Madrid, 1965)
es Doctor en Historia por la UAM y profesor de Secundaria en un Instituto de Alcalá de Henares en la especialidad de Geografía e Historia. Socio de las ilustradas Reales Sociedades de Amigos del País de Madrid y Bascongada, pertenece también a la ARMH, y mantiene un constante compromiso por la memoria histórica. Pertenece al Grupo de Memoria Histórica del PSOE y tiene la responsabilidad de Educación, Cultura y Memoria Histórica en la Ejecutiva de la Agrupación Socialista de Chamartín (PSOE-M). Colabora diariamente en diversos medios digitales con artículos de Historia y Política. Tiene publicados un libro sobre los árboles y la Ilustración, y diversos artículos sobre la enseñanza de la agricultura en los siglos XVIII y XIX, así como, sobre Historia social.