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Extremadura, Cataluña, Vallecas y el 1º de Mayo

EXTREMADURA, CATALUÑA, VALLECAS Y EL 1º DE MAYO
Javier Alonso García-Pozuelo
Ayer se clausuró la Feria del Libro de Vallecas en la que he tenido el honor de participar por partida doble: el 22 de abril en la caseta de la librería La Verde y el 29 en la de La Esquina del Zorro.
 

Ha sido una experiencia inolvidable (¡he llegado a firmar un ejemplar de «El Principito» de Antoine de Saint-Exupéry!), de la que en otro momento escribiré algo, pero si comienzo esta entrada del 1º de Mayo hablando de ella es por un motivo: este año la Feria del Libro de Vallecas le ha dedicado especial atención a Cataluña y en la novela que yo he estado firmando, aunque ambientada en el Madrid de 1861, Cataluña y los catalanes son muy importantes. Intentaré explicaros, lo más resumido que pueda, los motivos personales y, sobre todo, los históricos, por los que Cataluña tiene un peso tan importante en «La cajita de rapé» y he decidido hablar de ella en una fecha tan significativa como el 1º de Mayo.

Mi padre nació en Ibahernando, un pequeño pueblo cacereño cercano a Trujillo y en los años 60 se vino a vivir al vallecano Cerro del Tío Pío, con parte de su familia. 

 
Casas bajas de Vallecas
- José González -

Otros Alonsos, tíos y primos de mi padre, emigraron a Cataluña, concretamente a Gerona, al igual que lo hizo la familia de Javier Cercas en 1966, cuando el escritor cacereño tenía cuatro años. Precisamente allí, en la costa gerundense, en casa de mi familia emigrada a Cataluña, pasé una de las vacaciones más maravillosas de mi infancia. Disfrutamos tanto de aquel agosto que hasta el eterno viaje de vuelta en el Simca 1200 lo recordamos a menudo como uno de los momentos más felices de aquellos años 80. Después he vuelto muchas veces a Cataluña –unas por trabajo, siendo profesor de oposiciones al MIR, la mayoría por placer–, pero creo que el que uno de los personajes principales de «La cajita de rapé» sea gerundés se debe al recuerdo que guardo de aquellas vacaciones.

Pero la presencia de
Cataluña en «La cajita de rapé» no se limita a que el señor Ribalter –el almacenista de vinos en cuya casa se comete el crimen con el que arranca la novela– proceda de Sant Feliu de Guíxols. Desde el momento en que decidí ambientar la novela en el año 1861 supe que, aunque la acción transcurriera en Madrid, habría catalanes en ella. Cataluña tendría mucha importancia en ese Madrid de Isabel II y el general O’Donnell.  Os explico por qué.

En una de las últimas reseñas dedicadas a «La cajita de rapé», Loli Ambit dice de ella que es una novela histórica y policíaca con un alto contenido político. Y en una novela ambientada en el reinado de Isabel II con un alto contenido político no podía faltar Cataluña, porque es en su reinado en el que tiene lugar el nacimiento del movimiento obrero, del asociacionismo y del distanciamiento de la clase obrera de los dos partidos liberales con mayor presencia en las Cortes (el Moderado y el Progresista) y todo ello comenzó o tuvo especial eco en
Cataluña.
 

En Cataluña, con motivo de la conflictividad entre obreros del textil algodonero y los patronos, se fundó en 1840 el primer sindicato —en la época se llamaba sociedad de resistencia— de la historia de España, la Asociación de Tejedores de Barcelona. Es en Cataluña donde se crean las primeras sociedades de socorros mutuos, que propiciaron el movimiento asociativo entre obreros. De Cataluña procedía la exposición elevada al Gobierno el 11 de mayo de 1855 reclamando mejoras de las condiciones laborales. Y en Cataluña tuvo lugar la primera huelga general de España en Julio de 1855.

Precisamente en la actitud tomada por el gobierno progresista de Espartero ante las reivindicaciones obreras está en buena parte el origen del giro que el proletariado hizo hacia el Partido Democrático y el Republicano en aquellas fechas. 

 
Baldomero Espartero
- José Casado del Alisal -
(1872)

Uno de esos simpatizantes del Partido Democrático, Nicolás Vilanova, un joven estudiante que procede de Barcelona, juega un papel crucial en «La cajita de rapé» y, en él pensaba, cuando en la primera entrevista que me hicieron tras publicar la novela (casualmente fue para una emisora catalana, Ràdio Silenci) mencioné un hecho que, desde mi punto de vista tiene mucha importancia, al menos simbólica, para el movimiento obrero español. Me refiero a un texto publicado en «El Eco de la Clase Obrera» el 26 de Agosto de 1855, después de que el gobierno progresista de Espartero hubiese dejado patente que no estaba dispuesto a satisfacer las demandas de los trabajadores de la industria textil catalana.

Se trata de la «MANIFESTACIÓN FRATERNAL que la clase obrera de Madrid dirige a la de Cataluña en particular y a la de toda España en general», la cual contiene algunos fragmentos que me gustaría rescatar:

[…] no vacilamos en tenderos la mano como amigos, como individuos de una misma clase, como hermanos […] ¡Obreros catalanes y españoles todos! Ya se acabaron aquellos tiempos de barbarie en que el feudalismo sembraba el odio entre dos feudos, entre dos ciudades, entre dos pueblos. […] todos somos hermanos, vuestra causa es la nuestra. De los intereses vuestros como de los nuestros depende la suerte y el porvenir de todos. Los pueblos son todos solidarios: lo es la Humanidad entera.

Desde que Violant Muñoz  me entrevistó el 16 de marzo en su magnífico programa Calaix de llibres (Ràdio Silenci) pensé en que el 1º de Mayo de este año publicaría parte de ese manifiesto solidario de los obreros madrileños con los catalanes.

Al enterarme de que este año la
Feria del Libro de Vallecas se hermanaba con Cataluña, pensé que la “confluencia”, como diría mi buen amigo Sergio Rodríguez, era total. Este 1º de Mayo, como la tercera de las citas que encabezan «La cajita de rapé» tendría acento catalán.


***

Javier Alonso en Monterrey, México
Fotografía: Víctor Eduardo Hernández
es licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad Autónoma de Madrid, y diplomado en Cooperación Internacional por la Universidad Complutense de Madrid. Ha ejercido durante más de una década como profesor de salud pública además de trabajar como redactor, corrector y editor de textos científicos. Actualmente reside en Santo Domingo donde compagina su pasión por la literatura con su cargo como director académico para Latinoamérica en la escuela internacional AMIR. En los  últimos años ha impartido varios seminarios de Creación Literaria, Nacimiento de la Novela Policíaca, Historia del Siglo XIX y Lectura Crítica tanto en España como en diversos países de Latinoamérica. En febrero de 2017 publicó con Ediciones MAEVA, La cajita de rapé, una novela policíaca ambientada en el Madrid de Isabel II de la que se han escrito decenas de reseñas -que puedes leer en Cita en la Glorieta, el blog colaborativo de historia y literatura que Javier dirige y edita- y que ha sido nominada a la mejor novela negra de autor novel en el Festival Morella Negra como la Trufa. A raíz de la publicación de su primera novela, ha participado en festivales de novela negra, en ferias del libro y en diversos clubes de lectura. Ha formado parte del jurado de diversos certámenes literarios, entre ellos el I Premio Tristán Solarte a la mejor novela negra publicada en el año 2018 en Panamá. En febrero de 2018 se publicó una edición en bolsillo de La cajita de rapé, (EmBolsillo, 2018) y actualmente se distribuye, además de en España, en varios países de Latinoamérica (Ecuador, Colombia, México, Panamá...). El 2021 saldrá a la venta su segunda novela, también protagonizada por el madrileño inspector Benítez.


La Constitución de 1845, por Eduardo Montagut

"[...] Narváez seguía fusilando, deseoso de obtener un orden perfecto; pero a medida que disminuía en España el número de los vivos, el orden se alejaba más, cubriéndose el rostro con un velo muy lúgubre. Era una delicia en aquellos días ser español; y ser madrileño, con la añadidura de haber pertenecido a la Milicia Nacional, más delicioso aún. A un pobre sastre de la calle de Toledo, llamado Gil, que al paso de los polizontes calle abajo tiró desde el piso tercero un ladrillo sin descalabrar a nadie, le cogieron, y por primera providencia le fusilaron despiadadamente. ¡Pobre Gil! ¡Quizás pensaría, cuando le llevaban a la muerte, que con su sangre y la de otros escribían los moderados la Constitución despótica llamada del 45, y que toda aquella sangre reviviría en la Historia produciendo al fin la resurrección de los hombres sacrificados!"

Bodas Reales. Episodios nacionales (Tercera serie)
Benito Pérez Galdós


La Constitución de 1845 o el triunfo del liberalismo moderado
por Eduardo Montagut
El 23 de mayo de 1845 se votó y aprobó la Constitución de 1845, texto constitucional fundamental para entender el reinado de Isabel II, y que más tiempo estuvo en vigor, entre ese año y 1869 cuando se promulgó la Constitución de 1869, de signo democrático, después del triunfo de la Revolución Gloriosa. En 1852 hubo un intento de reforma constitucional de signo muy conservador y luego, en el Bienio Progresista (1854-1856) se pretendió aprobar, sin éxito, otro texto constitucional de signo, evidentemente, progresista.

La Constitución de 1845 sustituyó a la anterior de 1837. La Constitución de 1845 supone el triunfo pleno de las tesis del liberalismo moderado o doctrinario, aunque ya había mucho de esta tendencia política en el texto constitucional anterior. En el poder se encontraban los moderados que monopolizaron la escena política española durante una década (1844-1854), emprendiéndose la construcción del Estado liberal en una versión conservadora, partiendo de la Constitución de 1845 y aprobando un conjunto de leyes y reformas que abarcaron casi todos los campos: administración, hacienda, educación, orden público, relaciones con la Iglesia, etc.

Narváez accedió al poder después de la caída de Espartero, el último regente, cerrando el turbulento período de las Regencias. La reina adolescente
Isabel II se convertía en mayor de edad. En ese primer momento los moderados iniciaron un debate interno sobre la necesidad o no de plantear una reforma constitucional. Había tres sectores. El sector más conservador o reaccionario quería acabar completamente con lo establecido en la Constitución de 1837, crear una especie de Carta Otorgada o volver al Estatuto Real de 1834 que, en realidad, era una mera convocatoria de Cortes bicamerales. En esta tendencia destacaban Bravo Murillo, que luego sería el protagonista de la pretendida reforma autoritaria de la Constitución de 1845 en 1852, Egaña y el marqués de Viluma. En el otro extremo estarían los “puritanos” de Pacheco y Río Rosas. Éstos pretendían no tocar la Constitución de 1837 porque valoraban que había sido fruto del consenso entre los moderados y los progresistas, permitiendo que pudieran alternarse en el poder, generando estabilidad. Pero esta opción, que luego podemos rastrear en la creación de la Unión Liberal y en las futuras ideas de Cánovas del Castillo, no dominaba en el seno del Partido Moderado, que pretendía casi monopolizar el poder. Al final, ganaría la propuesta de la reforma constitucional, defendida por Alejandro Mon, un político fundamental en materia económica y fiscal de la época, y José Pidal. Narváez apoyó esta tendencia, y salió adelante el cambio.

Las nuevas Cortes que elaboraron la Constitución no fueron Constituyentes, sino Ordinarias. Los moderados dominaron todo el proceso, al monopolizar la Comisión encargada de preparar el texto constitucional. Se dio el caso de que el propio ejecutivo controló su elaboración. Estas circunstancias explican, junto con la ideología del liberalismo doctrinario, la esencia de la nueva Constitución que abandonó el principio de la soberanía nacional por el de la soberanía compartida.

Efectivamente, la soberanía nacional desaparecía porque el origen del poder pasaba a estar compartido entre las Cortes y el Rey, que eran quienes tendrían la potestad de hacer las leyes. La Corona se convirtió en un poder fundamental en el liberalismo español porque, además, controlaba al gobierno, ya que nombraba y separaba al presidente del consejo de ministros. También tenía la iniciativa legal y podía disolver las Cortes. La idea era convertir a la Corona en un poder moderador ante las disputas políticas de los partidos pero, en realidad, ese objetivo no se cumplió nunca durante el reinado de
Isabel II porque la institución entró claramente en el combate político y siempre a favor de la tendencia moderada o conservadora del liberalismo español.

El Senado se convirtió en una cámara fundamental dentro del legislativo. Sus miembros serían personalidades dotadas de una determinada renta y el nombramiento sería real y vitalicio. Este tipo de Senado debía permitir a la Corona poder frenar el posible mayor radicalismo del Congreso de los Diputados sin tener que intervenir directamente.


Palacio del Senado tras reforma de Álvarez Bouquel
(Grabado de mediados del siglo XIX)

Por su parte, el Congreso de los Diputados sería elegido a través de una ley electoral muy restrictiva.  Solamente una minoría tendría derechos políticos, ya fuera para votar, ya para ser elegido. La ley establecía que podían votar para las elecciones al Congreso de los Diputados unos 100.000 españoles. Para ser elegible se exigían, por lo demás, condiciones económicas muy estrictas. El sufragio censitario fue uno de los pilares del liberalismo español, tanto moderado como progresista, aunque en este caso menos restrictivo, ya que su base electoral estaba en la pequeña burguesía. Solamente el liberalismo democrático batallaría por el sufragio universal. El sufragio censitario se justificaba porque solamente los que tenían dinero y formación podrían dedicarse a la política, ya que, además, eran los únicos que tenían tiempo para hacerlo frente al resto de la población masculina que debía dedicarse a trabajar.


En cuestión de administración territorial se estipulaba la existencia de diputaciones provinciales y ayuntamientos, elegidos los últimos por los vecinos a los que la ley les confería este derecho, es decir, según lo que dispusiera la ley electoral. Otras leyes debían determinar el tipo de intervención del gobierno en estas corporaciones. El liberalismo moderado era partidario del más puro centralismo en la organización del Estado con instituciones fuertes y que defendieran el principio de autoridad frente a cualquier intento revolucionario o de conflicto social. El papel del gobernador civil sería primordial, al ser el representante del poder central, acumulando amplias atribuciones o competencias en asuntos políticos, administrativos, electorales, judiciales y fiscales, y haciendo cumplir las órdenes que establecía el gobierno a través del Ministerio de la Gobernación. El poder municipal, por su parte, debía estar controlado. En este sentido es paradigmática la Ley de Administración Local de 1845. Los alcaldes de las capitales de provincia y principales municipios serían nombrados por el gobierno, y el resto por el gobernador civil correspondiente. En relación con el País Vasco y Navarra se mantuvieron sus fueros, pero sus instituciones vieron recortadas algunas de sus funciones. La uniformidad legal y judicial se consolidó con la promulgación del Código Penal de 1848, así como con la imposición del sistema métrico decimal frente a la diversidad de pesos y medidas del Antiguo Régimen.

El Estado liberal estableció la obligación de todos los ciudadanos de contribuir en proporción a sus ingresos para los gastos del Estado. En este sentido, los moderados hicieron la primera gran reforma fiscal de la época liberal, la reforma Mon-Santillán, que supuso la racionalización de hacienda, centralizando los impuestos en manos del Estado y estableciendo claramente una imposición directa sobre la propiedad pero, sobre todo, indirecta, los famosos consumos, que gravaban los productos de primera necesidad, siendo profundamente injustos y fuente de constantes conflictos sociales. En última instancia, por lo tanto, el esfuerzo fiscal recayó en los más necesitados. Tampoco se hizo un gran esfuerzo para evitar el fraude y la evasión fiscal de los más poderosos.

En materia de derechos se recogían los mismos que en la Constitución de 1837. El liberalismo moderado o doctrinario pretendía conciliar los interés de la alta burguesía con los de la nobleza y alto clero, que terminaron por conformar la oligarquía española dominante durante el resto del siglo XIX menos en la época del Sexenio Democrático. En este sentido, las libertades individuales se supeditaban al mantenimiento del orden público, la seguridad de las personas y, sobre todo, de la propiedad. Por eso siempre tendieron a limitar el reconocimiento y la garantía de los derechos individuales, especialmente la libertad de imprenta o de expresión. En esta misma línea estaría la creación de la Guardia Civil en 1844, cuerpo de seguridad con misiones civiles pero con estructura militar, para mantener el orden, especialmente en el medio rural.


Francisco Javier Girón y Ezpeleta
II duque de Ahumada
Primer Director General de la Guardia Civil

En cuestión religiosa se declaraba que la católica, apostólica y romana era la oficial de la nación española. El Estado adquiría la responsabilidad y obligación de mantener el culto y la Iglesia. En materia religiosa los moderados siempre defendieron el entendimiento con la Iglesia Católica y la Santa Sede, después del evidente deterioro de las relaciones que supuso la desamortización eclesiástica y las políticas de los progresistas. El Concordato de 1851 selló la reconciliación entre el Estado español y la Iglesia Católica. Este Concordato no devolvió los bienes ya desamortizados, pero suspendió las ventas que no se habían realizado y permitió la devolución de lo no vendido. España reconocería al catolicismo como la única religión legal, y se establecía la obligación de financiar y sostener a la Iglesia española. Por fin, esta conseguía un inmenso poder en materia educativa.

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Javier Alonso García-Pozuelo


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Eduardo Montagut (Madrid, 1965)
es Doctor en Historia por la UAM y profesor de Secundaria en un Instituto de Alcalá de Henares en la especialidad de Geografía e Historia. Socio de las ilustradas Reales Sociedades de Amigos del País de Madrid y Bascongada, pertenece también a la ARMH, y mantiene un constante compromiso por la memoria histórica. Pertenece al Grupo de Memoria Histórica del PSOE y tiene la responsabilidad de Educación, Cultura y Memoria Histórica en la Ejecutiva de la Agrupación Socialista de Chamartín (PSOE-M). Colabora diariamente en diversos medios digitales con artículos de Historia y Política. Tiene publicados un libro sobre los árboles y la Ilustración, y diversos artículos sobre la enseñanza de la agricultura en los siglos XVIII y XIX, así como, sobre Historia social.